El nombre de Petrus Romanus
(Primera Parte)
Puesto que el nombre del Papa Francisco, en la actualidad reinante, nada tiene que ver con el de Pedro Romano, el cual a su vez sería el último de la serie según la Profecía de San Malaquías…, queda descartada, según algunos, cualquier relación entre uno y otro. Por lo que el famoso vaticinio quedaría desvalorizado por completo.
Sin embargo, aun dando de lado de momento a la teoría según la cual debe admitirse un lapso de tiempo indeterminado entre los dos últimos lemas (en el que habría que contar con un número desconocido de sucesivos Papas), descartar sin más la atribución del emblema Pedro Romano al Papa Francisco supone una precipitada ligereza de juicio, además de un olvido de las normas elementales que siempre se han tenido en cuenta con respecto a la interpretación de la Profecía de Malaquías.
La primera de las cuales se refiere a que el lema no siempre tiene que ver con el nombre personal del Papa a quien se le atribuye, sino que a menudo lo hace con su entorno o con los acontecimientos que se desarrollaron en su tiempo y que, de alguna manera, definen su Pontificado. Acerca de lo cual ya hemos señalado anteriormente algún ejemplo entre los muchos existentes a lo largo de la Historia del Papado.
Pero la Historia, que además de ser Maestra de la vida y fuente, por lo tanto, de fructuosas y verdaderas lecciones —casi nunca aprovechadas por los hombres—, con frecuencia parece hacer alarde de ironías con respecto a quienes pretenden entenderla. Como ocurre, por ejemplo, en este caso, en el que el lema de Pedro Romano, y contra lo que pudiera parecer, guarda efectivamente una plena y extraña relación con la persona de Francisco, que es lo que vamos a intentar mostrar. Advirtiendo también que, como es lógico, y dado que se trata de una mera opinión, nadie debe esperar argumentos apodícticos. Se trata aquí simplemente de mostrar que las teorías que no ven relación entre el misterioso lema y el Papa actual carecen de argumentos convincentes.
Dicho lo cual, comenzaremos nuestra indagación con algunas especulaciones acerca del nombre de Petrus.
El cual, como todo el mundo sabe, ha sido atribuido siempre por la Iglesia y el conjunto de los fieles a todos y cada uno de los Pontífices que a lo largo de la Historia han existido. A través de los siglos las peregrinaciones a Roma se hicieron siempre, de forma ininterrumpida, bajo el lema de videre Petrum.
La expresión Tu es Petrus ha sido utilizada tradicionalmente en la Iglesia, en forma de himnos o antífonas, para honrar al Pontífice reinante en reconocimiento de su condición de Pastor Supremo universal y legítimo sucesor del apóstol San Pedro, quien fue el primero de todos los Papas y el fundamento o piedra angular (continuado luego por sus sucesores) de la Iglesia fundada por Jesucristo. Cantada como himno litúrgico o motete, casi todos los grandes artistas de la música religiosa, como Palestrina, Perosi, Eslava o Tomás Luis de Victoria entre otros, le han dedicado sus composiciones.
A modo de ejemplo, y por atenernos exclusivamente a los tiempos modernos, el himno Tu es Petrus compuesto por Palestrina, fue cantado en el Consistorio para la creación de nuevos Cardenales el día 20 de Noviembre de 2010; mientras que el compuesto por Eslava fue cantado en la Misa del Inicio del Pontificado del Papa Francisco el 19 de Marzo de 2013. Se usa como invocación en los graduales y aleluyas después de la Epístola o en la antífona Comunión, dentro de los formularios de las Misas de San Pedro o de San Pablo.
El nombre de Petrus, tal como se incluye en la invocación Tu es Petrus, posee por lo tanto un carácter genérico y es aplicable a todos los Papas de la Historia y, por supuesto, a Francisco. Si bien en este caso el lema profético parece hacerlo de manera expresa e intencionada, tal vez por las razones que ahora explicaremos. En realidad algo semejante ocurrió en el Imperio Romano, con la atribución del nombre de César a todos los emperadores que sucedieron a César Augusto (27 a.C.–14 d.C.).
Claro que, planteada así la cuestión, se impone de forma obligada proponer una pregunta a todas luces interesante:
Si eso es así, ¿por qué se ha atribuido el nombre de Pedro a Francisco y no a alguno de los otros Pontífices que, habiendo reinado antes que él a lo largo de la Historia, evitaron utilizarlo por respeto al Príncipe de los Apóstoles? Cosa que también ha hecho el Papa Francisco. Y sin embargo, puesto que la Profecía se lo aplica, todo induce a pensar que la atribución posee un carácter simbólico con el que se ha pretendido aludir a alguna cualidad específica del actual Pontífice. He ahí el problema al que nos enfrentamos y que tratamos de averiguar. Y es probable que la respuesta, si existe y se consigue hallarla (cosa que, pese a las dificultades, parece factible), nos introduzca de lleno en el misterio del significado del lema Tu es Petrus aplicado al Papa Francisco.
Una posible respuesta, que no deja de ser altamente sorprendente, consta de dos partes aparentemente contradictorias.
Por la primera, la Profecía trata de patentizar una cualidad que el Papa Francisco aparentemente intenta soslayar, aunque no de forma claramente expresa. En este sentido, el oráculo parece ir contra las intenciones del Pontífice.
Por la segunda, secundando esta vez los deseos del Papa, el texto profético utiliza el adjetivo Romanus (sería indiferente para el caso considerarlo como adjetivo o como nombre) colocado en aposición al nombre de Pedro, con el fin aparente de llamar la atención sobre algo por lo demás patente, pero cuya intención más profunda podría pasar desapercibida: Francisco pretende insistir en su condición de romanidad, ni más ni menos que para obviar lo que supondría para él la atribución del correcto significado de Petrus.
O dicho de otro modo: Con respecto al primer punto, la Profecía parece que intenta poner de manifiesto algo que se pretende escamotear, o al menos desplazar y para lo cual le ha sido asignado un puesto secundario que contribuya a que pase inadvertido. Por lo que hace al segundo, es difícil evitar la impresión de que el lema intenta descubrir la maniobra (ahora en sentido contrario) por la que se desea que una realidad pase a un primer plano: ¿tal vez con el fin de que pasara desapercibido algo que se quiere hacer olvidar o al menos restarle importancia? Evidentemente, si la hipótesis que acabamos de exponer fuera cierta, el lema profético tendría entonces, en cuanto al primer aspecto, un sentido de agere contra (obrar en contrario); en cuanto al segundo, intentaría poner al descubierto la voluntad de resaltar una cualidad, por otra parte verdadera, pero cuyo objeto no es otro que el de desplazar otra.
Los hechos y las palabras del Papa Francisco inducen a creer que el Pontífice, continuando la línea de pensamiento de sus antecesores conciliares y postconciliares, es más bien partidario de una forma de gobierno de la Iglesia que sería colegial, conciliar o, como él mismo dice, sinodal, y que él parece preferir a la forma monárquica o tradicional.
A modo de resumen, puesto que no se trata aquí de hacer un estudio histórico del problema, conviene anotar que las tendencias conciliaristas, o defensoras de la superioridad jerárquica del Concilio Ecuménico sobre el Papa, son ya antiguas en la Iglesia. Surgieron con especial acritud con ocasión del gran Cisma de Occidente (1378–1417), como posible vía para solucionarlo.
De todos modos, la doctrina católica sobre el primado de Pedro y la jurisdicción universal del Romano Pontífice ya fue expuesta claramente en el Concilio II de Lyón en el año 1274 (DS 861), en el Concilio de Florencia en el año 1439 (D 694), y en la Professio Fidei Tridentina (DS 1868). Aunque fue definitivamente zanjada y definida en los cuatro capítulos (con sus correspondientes cánones condenatorios) de la Constitución Dogmática Pastor Aeternus, en la Sesión IV del Concilio Vaticano I (DS 3053–3075).
Pese a lo cual, las ideas conciliaristas que volvieron a manifestarse en el Concilio Vaticano II por parte de los teólogos progresistas de avanzada motivaron la intervención del Papa Pablo VI, quien ordenó introducir una Nota Explicativa Previa a la Constitución Lumen Gentium, a fin de dejar clara la doctrina tradicional de la Iglesia. En la actualidad, después de más de medio siglo de haber sido clausurado el Concilio Vaticano II, todo parece indicar que la corriente conciliarista, como ave fénix que siempre renace, ha vuelto a aparecer en la Iglesia.
Ésta es la razón del aparente empeño de Francisco en ser designado como Obispo de Roma más bien que como Pontífice Supremo de la Iglesia Universal, y de ahí tal vez la curiosa calificación por la que la Profecía le atribuye el nombre de Romano. En sentido en cierto modo contrario, su extraña insistencia en ubicar en un segundo plano su condición de Pontífice Supremo de la Iglesia es lo que explicaría que el oráculo de Malaquías, con aparente reticencia, lo califique como Petrus, que es un nombre con el que hasta ahora no se había designado a ningún Papa, pese a que todos ellos han sido igualmente sucesores de San Pedro.
Cabe decir, por lo tanto, aunque parezca un despropósito, que todo discurre como si el lema quisiera utilizar a propósito la ironía. En un intento de dejar claro, tal vez, en vista de que se pretende soslayar la esencial función petrina, el hecho de que la Profecía insiste en recordarla y dejarla bien asentada. Con algo de imaginación, seguramente podríamos pensar en el oráculo empeñándose en decir: Pues pese a todo, y dígase lo que se diga, Tu es Petrus!… Y de ahí el nombre del Príncipe de los Apóstoles asignado en el lema al Papa Francisco.
Que el Papa Francisco pretende no poner demasiado énfasis en su condición de Pontífice Supremo y Único de la Iglesia Católica, es algo bien patente para cualquiera que piense con ausencia de prejuicios. Se ha negado sistemáticamente a usar el Anillo del Pescador, un símbolo exclusivo de los Papas y bien expresivo de su condición de Pontífices de la Iglesia y sucesores de San Pedro. También ha rechazado el uso de casi todos los ornamentos papales y la posibilidad de vivir en las estancias pontificias del Vaticano, además de eliminar toda la liturgia propiamente papal y de suprimir en su persona toda apariencia de boato y ejercicio del poder; sin olvidar el gesto expresivo de no querer utilizar el trono pontificio y su insistente preferencia en autodenominarse Obispo de Roma. Sus apariciones junto al Papa dimitido, colocados ambos en sitiales como en igualdad de rango, la publicación de una Encíclica acerca de la que se insiste que es obra de ambos, etc., son gestos que, si bien no demuestran nada en sentido categórico, son sin embargo suficientemente expresivos e insinuantes a favor de una posible y pretendida colegialidad.
La propaganda y el trabajo de los media han difundido por todas partes que esta serie de gestos —y otros semejantes— no se deben a otra cosa que a la humildad del Papa y a su deseo de insistir y proclamar la necesidad de esta virtud en un Pastor de la Iglesia.
El problema surge, sin embargo, cuando se advierte que la humildad, por ser una virtud extraordinariamente delicada, fácilmente se presta a falsificaciones y a calificaciones que a menudo no responden a la realidad. Por lo que no siempre resulta sencillo despejar las dudas de quienes se empeñan en insistir que se trata de una auténtica virtud. La cual suele ser modesta y recatada por definición y enemiga de proclamaciones y aclamaciones masivas. Las mismas que comienzan siendo sospechosas para mostrarse al final casi siempre como que carecían de fundamento: ¡Ay cuando los hombres hablen bien de vosotros, pues de este modo se comportaban sus padres con los falsos profetas!, decía Jesucristo (Lc 6:26). La cuestión de las santidades súbitas, o de las famas generalizadas y por nadie cuestionadas, nunca ha funcionado bien en la Iglesia. Nadie sabe en lo que van a quedar en el futuro las aureolas de vidas heroicas como las de Martin Lutero King o de Gandhi; o las de teólogos como Karl Rahner o Teilhard de Chardin. La Historia muestra que la santidad auténtica fue siempre altamente cuestionada, además de haber sido, con no poca frecuencia, los verdaderos siervos de Dios objeto de persecuciones y de graves contradicciones; y hasta fue necesario para algunos de ellos el transcurso de siglos para que sus virtudes heroicas fueran reconocidas. En el caso concreto que estamos tratando, la general unanimidad de los media, en el hecho de reconocer y proclamar los gestos de humildad del Papa Francisco, producirá el efecto, en el mejor de los casos, de inducir seguramente al uso de la prudencia para admitirlos.