Matar al Padre

Introducción

Cuando empecé a leer cosas sobre este mito (yo creo que es un mito) pensé que eran sólo teorías para que los psiquiatras pudieran conceptualizar mejor su trabajo. Pero hay mucho de verdad en este tema. Todo hombre, necesita, de alguna manera, matar a su padre, para yacer con su madre y sustituir al padre como jefe de la tribu.

Inconscientemente yo siempre he tenido un criterio para saber si alguien ha triunfado en la vida. Pregúntate si has sido capaz de superar a tu padre. Si la respuesta es afirmativa, has triunfado en esta vida. Si no ha sido así, has fracasado.

Pero lo que me alertó definitivamente sobre esta gran verdad de que, necesariamente, hay que matar al padre, es la tribulación por la que pasó un amigo que no supo matar a su padre y arrastró heridas psicológicas casi imposibles de curar.

Un tema apasionante: la supuesta necesidad psicológica de la muerte del padre como factor decisivo para alcanzar la edad adulta. Veremos como este mito aparece en la biografía de cinco grandes genios: Mozart, Kafka, Kierkegaard, Nietzsche y Freud.

La necesidad de ese padre; necesidad que vendría testimoniada por la nostalgia del mismo. La muerte del padre es una verdadera necesidad psicológica para la madurez, y que con la edad adulta se significa mucho más,  la muerte del padre es la muerte de Dios, y la edad adulta es la autonomía, el triunfo de la razón, de las razones, porque no cabe ya deificarla: la muerte del padre es también la caída de los «dioses», la imposibilidad de un Orden definitivo, de el Orden, de toda Coherencia. Será la imposibilidad del lenguaje. el surgimiento de un nombrar fragmentario que se pretende explícitamente hogar hostil para el Ser, o sea, su negador.

Obviamente, vale la inversa: la muerte de Dios es la muerte del padre, de mi padre, de la «figura paterna». Es decir, el rechazo de Dios es siempre también el rechazo del propio padre. El trofeo es la auto-afirmación, «ser uno mismo». Así, el hijo pródigo tiene que negar a su padre, rechazarlo como padre. Sólo este movimiento le va a permitir afirmarse en tanto individualidad personal. El «buen hijo» es entonces el «mal hijo», y su movimiento de «obediencia» al padre, enquistamiento pernicioso,
testimonio de una incapacidad. Pero el trofeo «liberador» tiene también su «otra cara»: el estado de precariedad, de indefensión. No hay un asidero, hay que dárselo: no hay hogar ni identidad posible: no hay una Ley muerto el padre-dador-de-la-ley. Y en la medida en que la haya, nos lo testimoniará, será su vestigio, la herencia del padre para con nosotros. Los «hijos» son «malos hijos», o sea, buenos hijos: todos intentan matar al padre, luego todos buscan su autonomía, su realización, afirmar su ser y desarrollar sus tremendas capacidades. Pero es justamente ese movimiento asesino -emancipación- el que deja una huella, una cicatriz que no cierra: es la nostalgia del padre. Es cierta, pues, esa necesidad de la presencia paterna, una presencia siempre conflictiva. Pero la carencia es posterior al necesario dar muerte.

Mozart

Encuentra difícil hallar parámetros objetivos desde los que interpretar la conducta del genio. Se pregunta si es posible, y necesario, separar al músico -cima de
la creación- del hombre -ser lleno de contradicciones y de ansia de afecto-. En Mozart convive el autor de «Hazte dar por el culo», con el autor de la Misa de la coronación o el Réquiem.

El perfil psicológico filial de Mozart fue forjado por la imponente presencia de Leopold, su padre. La historia de esta relación está plagada de tópicos: se ha presentado al padre de Mozart como energúmeno y dictatorial. Sin embargo, «estamos en presencia de un padre auténtico». Vivió en la encrucijada de dos culturas, y actuó intentando ser coherente al educar a sus hijos.

Wolfgang, no obstante, quedó sujeto a él, y nunca creció lo suficiente para ejercer con madurez su autonomía. De ahí sus momentos de rebeldía, aunque «en lo fundamental siempre aceptó la ley paterna». No cabe hacer de Mozart un teórico revolucionario: sus idealizaciones vienen vertebradas por el vínculo filial. Su música participa del ambiente revolucionario de la época, pero su ser es el del adolescente herido, ansioso de aprobación paterna con el fin de estructurar una identidad válida. Sólo en su música trasciende estas limitaciones.

La personalidad del padre, conservador y exigente -consciente del destino de su hijo-. arrolló a Wolfgang. Sus momentos de rebeldía supondrán la «muerte» de Leopold, pero aún así Mozart no dejó de buscar un padre. Surgen, entonces. «papá» Haydn, Johann Christian Bach, Ignaz von Boro, sus hermanos masones. En cada uno buscará la imagen de Leopold. No olvida a Anna-Marie, la madre. En las antípodas de Leopold. Anna-Marie es el espacio de la libertad irresponsable, del juego por el juego, de la nostalgia de una infancia siempre presente, depositaria fiel de su espíritu anárquico.

Kafka

El padre culpable trasluce un mundo regido por un poder omnipresente y velado. El vínculo de Kafka con su padre y su necesidad de afecto lo vertebran internamente.

Lo que hay es una ausencia: la del padre, la ausencia del nombre del padre. En El Proceso un padre que debe ser interpelado para saber si en verdad la Ley existe y tiene sentido; y, al mismo tiempo, la convicción de que ese encuentro es gratuito, que ante él somos inexorablemente culpables, hagamos lo que hagamos y digamos lo que digamos.

Hay culpa. Pero no se sabe cuál. Es la presencia de la Ley. Aquel hombre de gran contextura física, seguro de sí mismo, del progreso y la consideración social.

Pronto, Franz generaría sentimientos adversos hacia él. En el contexto sociopolítico
de la comunidad judía en Praga -el antisemitismo permea la vida cotidiana de dicho colectivo. Escribir cartas es su alimento, y contribuye a la génesis de sus obras. Su destinatario es siempre el mismo: el padre. Padre e hijo, ambos implicados en un proceso que los trasciende: Es cierto que el padre representa la Ley que no se conoce, pero no es más que un eslabón del monstruoso engranaje que condiciona a ambos. Destaca la identificación con el padre que supone la permanente mirada narcisista de Kafka, sobre todo en sus cartas; es la esencia de los Kafka. La búsqueda de aprobación y deseo de ser amado que explicita en las cartas a Felice parecen dirigidas a su anhelado padre.

Pero Hermano es sobre todo un padre que atenaza a Kafka, un déspota con él. Cuando Kafka le anuncie su proyecto de matrimonio, lo humillará. Hermano Kafka desvaloriza con crueldad las motivaciones de su hijo y concluye con una incitación final que lo define: «vete al prostíbulo. Si tienes miedo, yo mismo te acompañaré’.

Su modo de ser es sórdido. Frente a él, Kafka es un niño lacerado internamente por el dolor, cuya génesis a veces atribuye a Dios y otras a él mismo; así, nuestro escarabajo no huye hacia lugares donde el perseguidor no lo pueda alcanzar, sino que, virtualmente, se ofrece al sacrificio.

Esto nos conduce al tema de la culpa. Para ello interpreta Ante la Ley desde la clave del vínculo filial. ¿Es culpable el campesino por no forzar la entrada a la Ley? El campesino permanece a la puerta, el escarabajo no huye, Kafka pretende residir en el Castillo, Kafka quiere residir en la tierra colonizar un espacio propio.

Si algo en el mundo de Kafka no desconoce la trascendencia, es precisamente esa trascendencia que puede sobrevivimos: siempre seremos culpables, nuestra culpa es epitafio, dice Kafka. Y al abrigo de la muerte, junto a la culpa, la escritura. El silencio reinó en el vínculo con su padre anhelado.

Ese padre, en cuya presencia Kafka se ponía a tartamudear, era el sueño de un instante de pertenencia válida, de inserción fecunda, de identidad posible, de aceptación amorosa.

Kierkegaard

En Kierkegaard dialogan conocimiento, mito y religión. Examinaremos la inserción
de este diálogo en el vínculo filial; la «tragedia del yo presente en la obra kierkegaardiana, y la prohibición paterna de amor a una mujer que subyace a su búsqueda religiosa.

Comienza destacando la experiencia infantil en la que Michael, el padre, desesperado por la dureza de su vida, maldijo a Dios. A la ulterior prosperidad sobrevivirá una enfermiza conciencia de culpa por ese hecho que, junto a la condena de la sexualidad, influirá decisivamente en el sensible Soren. Éste recordará posteriormente en su Diario la angustia frente al cristianismo que todo ello le
generó.

Kierkegaard es un estudiante bon vivant. Tras la muerte de su padre, que considera acaecida en función de él se entregará de lleno a la teología.

Pero será el tránsito al estadio religioso el definitivo.

Éste sólo tiene como apoyo la fe, «donde ha desaparecido la razón, donde lo universal y lo necesario no establecen las leyes del juego, donde sólo anidan el sacrificio y la desesperanza». El camino lo ha señalado su padre. Creer sin comprender. Entenderá el sacrificio de Abraham como metáfora del sacrificio al que somete a Regina, la renuncia a ella por mandato paterno, con la esperanza
de que todo lo recibirá de Dios, del Padre. Renuncia a Regina porque las exigencias que comporta estar con ella se oponen al mandato paterno: Regina no puede acompañarlo al estadio religioso, el camino que su padre le diseñó. «Soren no puede darse a la plenitud de un amor terreno porque Michael Pedersen ha pecado, y él, su hijo, es el único que ha sobrevivido a tales transgresiones».

La Ley de Dios castiga al hijo a expiar la culpa del padre. La neurosis del deber vencerá al amor.

Nietzsche

Hijo de Karl Ludwig, activo pastor protestante y amante de la música. Será él quien inicie en ésta a Friedrich. La prematura muerte del amado padre – Nietzsche no tenía aún cinco años, hará que Richard Wagner se erija en epicentro de su vida afectiva.

Las sombras que habitan la relación Wagner-Nietzsche: Cósima, la jovencísima
mujer de Richard, de la que Nietzsche está enamorado y edípicamente excluido (soñará con ser Wagner), y la crítica de Wagner a la música de Nietzsche. Nietzsche deberá asumir el rol de tercero incluído y sólo podrá ejercer su virtuoso intelecto: el gozoso camino del amor y la creación quedarán, a través de su estremecida sensualidad, en manos de Richard Wagner, el que ocupa el lugar del padre. Esta relación sufrirá posteriormente el furibundo ataque de Nietzsche. Un ataque envidioso del músico frustrado ante el padre triunfador.

Se nos habla también del otro padre de Nietzsche, Schopenhauer. Su propuesta de la música como expresión directa de lo metafísico se introdujo en el mundo de Wagner y, a través de él, en Nietzsche. Posteriormente, sin embargo, también Schopenhauer será cuestionado.

En definitiva, Nietzsche es el hijo ilegítimo que busca un padre verdadero. Wagner y
Schopenhauer planean por el nacimiento de la tragedia. Mantendrá la elección basta que el precio a pagar, la servidumbre, comience a ser una rémora; se discriminará entonces para preservarse. Zaratustra lo gritaría: ¡Dios ha muerto!.

Freud

Sabemos de la fecundidad del vínculo entre Freud y su pueblo, y la fecundidad de las lecturas no oficiales que los judíos hacen de los textos. También, lo presente que está en la mística judía la remisión del hombre al padre: el ser humano recibe el gran conocimiento al ver a su padre (Cábala); José tuvo éxito porque vio la cara de su padre en cada acción propia (Zohar).

Será la búsqueda del fantasma paterno, siempre judío, lo que haga surgir el psicoanálisis. El mismo Kafka dirá que la obra de Freud es el último comentario, cronológicamente, al Talmud.

Se encara posteriormente la biografía de Freud. Hijo de Analia Nathanson, tercera esposa de Jakob; él mismo escribirá en su Presentación autobiográfica de 1925: «Mis padres eran judíos y también yo he seguido siendo judío». No obstante, aunque menos ásperamente que Kafka, recordará que su padre le permitió crecer en ignorancia de lo judío. Pertenece a la generación de padres judíos que, aún sin renunciar a su judaísmo, intentan insertarse en la vida normal y superar el guetto.

La nostalgia por su padre permea el pensamiento de Freud. La figura paterna cobra
relevancia ante la necesidad de los judíos de darse modelos de identificación desde los que autoafirmarse.

«El padre como portador de la Ley, modelo venerado y aborrecido. amado y envidiado, sobre el cual se calcan las imágenes de ideales éticos y de autoridad; la noción de superyó nace de este vínculo sentido como poderoso y protector; el tema del incesto y el parricidio como los emergentes de una sociedad que, como la judía, es sobre todo endogámica; y, por último, el ejercicio de la oportunidad de reconciliar al hombre con sus instintos en la medida que era necesario salvaguardarse de la irracionalidad y las inclemencias de un mundo hostil. Todo ello se materializa con profundidad en la figura paterna, en ese espacio familiar que, como todo judío de la
Diáspora, Freud llevaba en las alforjas fantasmáticas de su mundo interno».

El ambiente de Viena 1900, propiciará el surgimiento del psicoanálisis. En una sociedad en la que el individuo, y sobre todo el judío, necesita traicionarse a si mismo para adaptarse, Freud, fiel al mandato paterno, generó otro tipo de interrogantes desde su pertenencia judía irrenunciable. Es su padre quien lo estimuló a vivir según su conciencia. De ahí que se pueda decir que la obra de Freud es inseparable de su judaísmo. El psicoanálisis habla del padre, del judaísmo
del padre. Como la Cábala, es un leer detrás. Prohibición, e imposibilidad. de la Tierra Prometida. Nostalgia escondida que a todos nos habita, y con la que Freud nos enfrentó definitivamente.

Estos cinco casos prototípicos que se presentan son otros tantos modelos de dependencia paterna desde los que pensar la propia historia personal.

Para terminar, comentaré que desde la clave «matar al padre» el único personaje que explícitamente hizo ademán de fusión-asesinato fue Nietzsche. Su historia dibuja la fase de dependencia con respecto a Wagner y la posterior contradependencia y muerte de Dios.

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