Petronio me ha enviado desde Roma el penúltimo capítulo del análisis de la profecía de San Malaquías, que se ha centrado como hemos podido comprobar sobre los dos últimos papas. Mañana, desde los húmedos sótanos del Vaticano, llegará la conclusión.
Pues nunca la Iglesia, a lo largo de toda su Historia, había sufrido una crisis tan profunda y peligrosa como la sufrida hasta ese Pontificado (que habría de alcanzar su culminación final con el de Pedro Romano). Momento en el que —pese a todos los falsarios y engañadores de la Propaganda del Sistema— hasta podría parecer que está a punto de desaparecer. Incluso la gran crisis arriana (siglo IV), en modo alguno tuvo nada que ver con la totalidad de la Fe; o en todo caso, a lo más, con ciertos aspectos que afectaban a la recta doctrina (dogma, herejía). No así la crisis actual, en la que ya no se trata de tales o cuales aspectos de la Fe, sino de la existencia y sentido de la misma Fe. En la terrible Noche a que se ha visto sometida, la Iglesia tendría razones para dudar de su propia subsistencia (son muchos, incluso dentro de Ella misma, los que ya la dan por desaparecida), puesto que está viviendo momentos de Angustia como jamás los había experimentado. Otra nueva Noche del Huerto de los Olivos que se está traduciendo en otra Noche de Gloria para Satanás.
Dentro del terreno de la hipótesis en el que nos estamos moviendo, si damos por cierta la profecía de San Malaquías y tenemos en cuenta el lema De la Gloria del Olivo aplicado al Pontificado de Benedicto XVI… Si, por otra parte, aceptamos la realidad de los incalificables horrores padecidos por Jesucristo en la Noche del Huerto de los Olivos… Horrores que se tradujeron en ese momento en un auténtico triunfo de Satanás, contemplados por él con pretendida Gloria a través de los árboles del Huerto —la Noche de la Gloria del Diablo ante los Olivos de Getsemaní—…, la aplicación de aquellos sucesos, como algo paralelo al momento de crisis de la Iglesia que parece haber alcanzado su cenit en el Pontificado de Benedicto XVI (aunque haría definitivamente eclosión en el siguiente), parece enteramente plausible.
Jamás, a lo largo de toda su Historia, había sufrido la Iglesia una crisis tan grave como la actual. Tanto y de tan gran calibre, que bien se puede decir, sin exageración alguna y mal que pese a los neocatólicos y mentirosos, que parece muy capaz de hacerla desaparecer. Si bien, para los muchos católicos de buena voluntad que mantienen su fe y que sufren confundidos, siempre queda el consuelo de las palabras inconmovibles del Señor referidas a la Iglesia: Y las Puertas del Infierno no prevalecerán contra ella.
Durante mucho tiempo, en la etapa que siguió inmediatamente a la terminación del Concilio Vaticano II, se estuvo proclamando a los cuatro vientos un momento triunfalista de la Iglesia a todas luces exagerado, cuando no falso: La famosa Primavera de la Iglesia, o el Nuevo Pentecostés, pregonado en todas partes por el Papa Juan Pablo II, etc., etc. Después, a lo largo de los años y cuando la debacle se hizo demasiado patente, se optó por el silencio. Pero siempre sin reconocer jamás que la crisis se había originado, sobre todo, a partir de las torcidas interpretaciones del Concilio llevadas a cabo por Grupos interesados. Tampoco se reconoció nunca que los mismos Documentos Conciliares ya habían sido previamente manipulados al efecto, con el fin de hacerlos susceptibles de variadas formas de ser entendidos. Acerca de las cuales, los Elementos de Presión —neomodernistas— se encargaron sabiamente de conducir las aguas a su propio molino. Sin que les fuera puesto coto alguno.
El silencio sobre la realidad de la crisis duró demasiados años. Tantos como la falta de remedios para atajarla. Se multiplicaron espantosamente las deserciones, se permitió que quedaran sumergidos en la duda sobre la Fe a infinidad de católicos, se degradó la Jerarquía, se desprestigió el sacerdocio, se fueron suprimiendo paulatinamente los sacramentos, se difuminó la fe en la Presencia Real Eucarística a fin de ponerse al pairo con los protestantes, se cambió el Concepto de Iglesia y el de la Justificación, fue tomando carta de naturaleza el conciliarismo a costa de la Autoridad Papal, se manipularon y falsificaron las revelaciones de Fátima…, y un abundante etcécera.
Durante ese largo período se procuró entretener a los fieles católicos con multitud de actuaciones externas y abundancia de shows. Los cuales cumplían bien su objetivo de distraer la atención acerca de los verdaderos problemas y de hacer creer con el mucho bullicio que había algo, cuando en realidad no había nada de fondo. Se multiplicaron los viajes de la Jerarquía, los Encuentros multitudinarios de Juventud, las espectaculares y abundantes canonizaciones —casi todos los domingos—, el acercamiento campechano del Papa al Pueblo…, al tiempo que se prodigaban nombramientos importantes para el Gobierno de la Iglesia entre personas de fe muy dudosa y conducta menos clara todavía, etc., etc.
Mientras tanto el sufrido Pueblo Cristiano languidecía en su Fe…, e iba desertando. El esplendor de la Liturgia en la que antaño se tributaba culto a Dios iba siendo sustituido, paulatinamente pero sin pausa, por el bullicio de las guitarras y de la música rock, por los Festivales en los templos, por el barullo de los carismas que el Espíritu prodigaba por doquier, entre los carismáticos y los no carismáticos, pero soplando por todas partes puesto que todo el mundo poseía el Espíritu, hasta que la Iglesia vino a darse cuenta de que el culto a Dios había sido sustituido por el culto al hombre.
Mientras tanto las sectas protestantes, aprovechando la ocasión, iban haciendo su agosto en Hispanoamérica. Un continente en su totalidad católico pero que ahora, al cabo de tantos siglos, se estaba haciendo protestante.
Al final los hechos se impusieron y aparecieron como reales, dado que eran demasiado patentes. Fue el momento en que algunos Jerarcas de la Iglesia comenzaron a reconocer, aunque tímidamente y restando importancia a la cosa, la realidad de la crisis. La verdad, sin embargo, es que el conjunto de la Jerarquía permaneció y permanece mudo. ¿Fue el miedo, quizá la cobardía, tal vez la falta de fe ocasionada por una vida sin oración y sin ascética? Sólo Dios lo sabe… Pero el resultado, que no se puede decir que hubiera de alcanzar su punto culminante con el Papa Francisco, sino que ya era bien patente y álgido en el Pontificado de Benedicto XVI, estuvo y está bien a la vista, a pesar de los desmemoriados y de los que no quieren ver. Y no es precisamente el de La Rebelión de las Masas, que hubiera dicho Ortega, sino el de la Deserción de las Masas, ahora ya debidamente aborregadas, amordazadas, anestesiadas y drogadas por una venenosa propaganda que las ha conducido a perder la Fe.
Mientras tanto, el clero llano, en parroquias de ciudades, pueblos, aldeas y villas siguió predicando. Hasta este momento de la Historia de la Iglesia se había predicado bien o mal -más frecuentemente mal, como recordaba el P. Isla con su Fray Gerundio de Campazas—, pero ni al margen ni en contra de la Fe, sin que el Magisterio de la Iglesia dejara nunca de ser la norma segura.
Pero comienza en la Iglesia un momento nuevo en la Historia de la Pastoral de la Predicación. El cual ciertamente ya había hecho su aparición mucho antes del Pontificado al que se refiere el lema de la Gloria del Olivo —desde los tiempos del Concilio—, pero que ahora tampoco se puso ninguna traba para que el clero campara por sus respetos. Lo cual vino a significar que, o bien se predicara de puras tonterías o de temas que jamás interesaban a los fieles, o, lo que es peor, de auténticos disparates y doctrinas enteramente ajenas a la sana Doctrina. Todo ello consecuencia de que unos y otros, clero y laicos, anduvieran y siguen andando como ovejas sin pastor. El problema se agravaría aún más durante el Pontificado de Pedro Romano, en el que el elemento miedo haría su aparición amordazando a la mayor parte del mundo clerical, tanto Jerarquía como clero llano.
Claro que todo esto aún no alcanza al meollo de la crisis en la que está sumergida la Iglesia. La crisis es mucho más honda y horrible de lo que aparece a simple vista, y alcanza su momento de desolación durante el Pontificado de Benedicto XVI (que durante el de Pedro Romano ya no sería de desolación, sino de destrucción). Es el momento de la
auténtica Gloria de Satanás, la cual tuvo su adelanto y comienzo en el Huerto de los Olivos. Un estudio serio y en profundidad, referente a la intensidad y al hondo significado de los horrores padecidos por Jesucristo en la Noche del Huerto de los Olivos, es cosa que se echa en falta a lo largo de la Historia de la Espiritualidad Cristiana. Los antiguos Devocionarios, dedicados a la Pasión del Señor, solían comenzar sus consideraciones a partir del momento del Prendimiento y el comienzo de los interrogatorios. En la película La Pasión de Cristo (hoy olvidada y al parecer intencionadamente desaparecida), Mel Gibson pone en boca de la Virgen, que acompañada de las otras Santas Mujeres contemplaban cómo Jesucristo era conducido ante Caifás, las siguientes palabras: Ha comenzado, Señor. Que así sea…
Pero la realidad, sin embargo, no fue exactamente así. Aunque es cierto que la Cristiandad se ha acostumbrado a ver los sucesos de la Noche del Huerto como un mero acontecimiento doloroso que marcaba el Prólogo a la Pasión del Señor. Lo que no tiene nada de extraño si se tiene en cuenta que el ser humano es más proclive a considerar los sufrimientos del cuerpo como más patentes y tangibles, e incluso más dolorosos, que los del alma. Pero la verdad, y más aún la de esta Historia, es muy distinta.
La verdadera eclosión de la Pasión del Señor, el momento de las angustias de muerte, además de los sentimientos del supremo fracaso de su Misión, de la horrible vergüenza de sentirse cargado con los pecados y miserias de toda la Humanidad, mas la sensación de encontrarse sumido en la más espantosa de las soledades…, todos ellos sufridos por el Hombre Jesucristo, ya habían tenido lugar en el Huerto de los Olivos. Lo que vino a continuación no fue sino el desarrollo ostensible y físico de lo que, contenido en potencia primero y en espantosa intensidad, ya se había producido en acto. Las torturas físicas padecidas por Jesucristo en las horas que siguieron (flagelación, coronación de espinas, los mismos tormentos de la crucifixión…), si bien se considera, no difieren en nada de los mismos padecimientos que después habrían de sufrir infinidad de mártires que dieron su vida por la Fe. Luego hemos de considerar que no se encontraba ahí el núcleo principal del Misterio del Sufrimiento agónico hasta la muerte padecido por el Señor.
Tal Agonía de Muerte, con la consiguiente sensación de Derrota y Fracaso, junto al sentimiento de culpabilidad ante su Padre, fueron soportados a su vez ante la misma faz de Satanás. El mismo que, con su horrible mueca de Victoria y satisfacción, miraba convencido de la realidad de su Triunfo (era el momento de su Gloria, de la que fueron testigos, en la oscuridad y el silencio de aquella espantosa Noche, los Olivos del Huerto). Todo lo cual hubo de suponer para Jesucristo una Afrenta de intensidad y dolor verdaderamente letales, imposibles de ser imaginados por ningún ser humano.
Su soledad fue total, a pesar de que había buscado inútilmente consuelo. Sus más íntimos le habían abandonado para entregarse al sueño: Ni siquiera habéis podido velar una hora conmigo….
Si admitimos la hipótesis con la que estamos trabajando —la Gloria del Olivo, aplicado como lema al Pontificado de Benedicto XVI—, tal cosa nos autorizaría a trasponer aquella situación a los momentos vividos ya entonces por la Iglesia (la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y Él su Cabeza). Con lo cual nos encontramos con una horrible e inquietante realidad: Jamás la Iglesia se había encontrado nunca más desprestigiada ante el Mundo, menos considerada y en mayor soledad. La influencia que durante tantos siglos tuvo ante el Mundo había desaparecido casi por completo. Y no solamente eso. Sino que su desprestigio alcanzó cotas que hasta mediados del siglo pasado nadie hubiera podido imaginar.
Por supuesto que estas afirmaciones provocarán el escándalo de muchos y el desmentido de no pocos. Lo que no es suficiente por sí solo para demostrar que no están fundadas en la realidad. La Palabra del Papa ya no significaba nada (aunque, según algunos, también es digno de tener en cuenta que, de forma casi continuada, todo parece indicar que el mismo Benedicto XVI parecía querer evitar los enfrentamientos y hacer frente a los verdaderos problemas). La verdad es que nunca su Persona había sido acusada, calumniada, despreciada y perseguida, del modo y manera como ocurrió durante su Pontificado. Hasta la Corte Suprema de los Estados Unidos se atrevió a acusar y condenar al Vaticano (un Estado independiente regido por un Pontífice religioso que es también Soberano en lo civil). Los teólogos más encumbrados, y hasta Arzobispos de prestigio y cardenales, ya no encontraron inconveniente en enfrentarse al Papa y en criticarlo abiertamente, además de oponerse a sus decisiones (la Iglesia austriaca, por ejemplo, rechazó los nombramientos episcopales emanados del Santo Padre, sin que nadie pusiera objeción alguna a tal forma de conducta).Después, tal como hemos dicho, aparecería el miedo.
Y con el miedo, el servilismo, que es el tributo que pagan los cobardes y aprovechados. La Iglesia Católica, otrora Maestra definidora del comportamiento y de las relaciones humanas en todo el Mundo, quedaba así reducida prácticamente a la condición de otra ONG más.
En la Noche del Huerto, Jesucristo se sintió ante su Padre como enteramente fracasado. Y lo mismo ante la faz de Satanás, quien se vio a sí mismo convencido de la totalidad de su Victoria. La derrota del Hijo del Hombre era también, desde aquel momento, la derrota de su Iglesia que algún día habría de tener lugar. Según la profecía de San Malaquías, en el tiempo actual precisamente, que es el de Pedro Romano.
Es de notar, sin embargo, un punto importante que marca una decisiva diferencia. Jesucristo, a través de su Humanidad juntamente con su Divinidad, pero formando ambas un todo (aunque sin mezclarse) en su única Persona Divina, tal como queda expresado en el Misterio de la Unión Hipostática, fue en todo momento, y pese a todo, el Inocente entre los Inocentes. Los pecados y delitos con los que quiso cargar y hacerlos suyos, nunca fueron, en realidad, cometidos por Él. Lo cual no obsta para que su Fracaso fuera enteramente real, puesto que, de otro modo, su absoluta Victoria y definitivo Triunfo tampoco hubieran sido reales. La Iglesia, sin embargo, que es su Cuerpo Místico (Él es la Cabeza), está formada por hombres que son realmente pecadores y absolutamente culpables. No han cargado con delitos ajenos, sino que son ellos mismos quienes los han cometido. Por eso se dice con cierta razón que la Iglesia es Santa y Pecadora a la vez, y ya desde bien antiguo, en una expresión que los Padres hicieron suya, fue conocida como la Casta Meretrix.
De ahí que pueda decirse, con toda verdad, que la crisis actual es enteramente imputable a los hombres que forman parte de Ella. Ahora ya no se trata de un Fracaso Asumido, sino de un Fracaso Personal y Culpable. La Deserción (también podría hablarse de Apostasía) del Mundo Católico ha alcanzado tal profundidad y gravedad, como para producir escalofríos la mera mención del problema. De hecho hemos venido trazando la profundidad de la crisis en sus aspectos más visibles y asequibles a los fieles de a pie, aunque existen todavía en ella dos lugares de extrema gravedad y de profunda iniquidad en los que ha incidido el Catolicismo de hoy. Ambos suponen el punto más elevado, grave y detonante de la crisis actual. Tanto así como para dar lugar a pensar que es imposible que Dios vaya a dejar de intervenir, ante el momento actual, con la fuerza de su Justicia.
Llegados a este punto conviene introducir un a modo de paréntesis en esta extraordinaria historia —más fantástica que una narración dantesca y más difícil de entender en todo su significado que cualquier construcción de la imaginación humana—. Se trata de una interrupción necesaria, a modo de recordatorio para los lectores, motivada por las necesidades de clarificación para el mejor entendimiento de la cuestión, lo que permitirá aportar algunos detalles que facilitarán la mejor comprensión de lo que aquí se dice.
Ya hemos dicho repetidamente, en esta explanación de la Profecía de San Malaquías que estamos llevando a cabo, que el lema correspondiente al Pontificado de Benedicto XVI es el De la Gloria del Olivo. El cual ocupa el penúltimo lugar en la lista, puesto que la Profecía señala como el último de todos, perteneciente al Pontificado que tendrá lugar en los momentos finales de la Historia, a un cierto Petrus Romanus (Pedro Romano). Personaje misterioso este último, acerca del cual los comentaristas han imaginado multitud de
hipótesis a lo largo de los siglos. Aunque lo que sí queda bien claro en la Profecía es que el Papa a quien corresponde tal lema coincidirá con el final de la Historia de la Iglesia y de toda la Humanidad, a la que habrá llegado el momento de ser juzgada por el Supremo Juez en su Segunda y Definitiva Venida.
El nombre de Pedro Romano aparece rodeado del más profundo misterio, dentro del contenido de una Profecía que, en el caso de que se quiera admitir como cierta, ya es de suyo suficientemente enigmática. Es curioso anotar que, a lo largo de la Historia de la Iglesia, ningún Papa ha querido atribuirse el nombre de Pedro; sin duda alguna por respeto y devoción a San Pedro, Príncipe de los Apóstoles y Primer Papa de la Institución de Salvación fundada por Jesucristo. El hecho pertenece a la Historia, y escapa, por lo tanto, a cualquier otro tipo de especulación que no sea propiamente histórico. Tal nombre —el de Pedro— ha quedado reservado, prácticamente según la Profecía, al Papa que cerrará la Historia y que coincidirá con la Segunda y Definitiva Venida del Supremo Juez.
Ahora bien, tal como ocurre en toda profecía y aún más con respecto a ésta, nadie sabe lo que significa ni a lo que responderá exactamente ese nombre de Pedro atribuido al último Papa; así como tampoco a lo que se refiere esa pretendida Romanidad. Según algunos comentaristas, el apelativo de Pedro es aquí puramente genérico, e incluso otros añaden que el lapso de tiempo entre el Papa señalado como penúltimo —De la Gloria del Olivo— y el establecido como el último de todos —Petrus Romanus— es indefinido; lo que significaría que entre uno y otro aún podrían reinar otros Papas no nombrados explícitamente en la Profecía de San Malaquías. Una hipótesis, sin embargo, que parece estar desmentida por la misma Profecía, según lo que vamos a ver enseguida.
Por si todo esto fuera poco, y como algo capaz de aumentar todavía más el misterio, aún queda un importante punto por añadir. En realidad la Profecía no termina definitivamente con la enumeración de los 112 lemas. Puesto que al final de todos ellos el texto añade una especie de postdata, tan inquietante como enigmática. La cual dice exactamente así:
In prosecutione extrema S.R.E. (Sanctæ Romanæ Ecclesiæ)
sedebit Petrus Romanus,
qui pascet oves in multis tribulationibus, quibus transactis, civitas septicollis diruetur.
Et Judex tremendus iudicabit populum suum. Finis.
Lo que traducido del latín significa lo siguiente: Durante la persecución final que sufrirá la Santa Iglesia Romana, reinará Pedro Romano, que apacentará sus ovejas entre multitud de tribulaciones; transcurridas las cuales, la Ciudad de la Siete Colinas[Roma] será destruida. Y el Juez terrible juzgará a su pueblo. Fin.
Y aún no hemos llegado al final de la serie de incógnitas que plantea el texto supuestamente profético. Porque nadie se pone de acuerdo acerca de si, en aquellos terribles momentos, el Pastor que apacentará lo que aún reste del Rebaño de Jesucristo, se refiere al Papa señalado como Pedro Romano o al que corresponde el lema De la Gloria del Olivo (Benedicto XVI). Acerca de lo cual, también es necesario reconocer que, incluso en este punto, la Profecía es bastante ambigua.
Por lo que a nosotros se refiere —y continuamos siempre dentro del terreno de las hipótesis—, pensamos que el susodicho Pastor es indudablemente Pedro Romano. Existen argumentos que fundamentan esta afirmación, la cual no dejará de parecer chocante para algunos. Trataremos de decir algo al respecto, aunque no sin hacer antes una observación importante.
Como cualquiera puede suponer, todo este problema ha dado lugar a multitud de especulaciones acerca del momento del Fin del Mundo y de lo que la Teología conoce con el nombre de Parusía, o Segunda Venida de Nuestro Señor. Nosotros no nos pronunciamos sobre ese tema, por lo que no vamos a decantarnos ni en favor de su proximidad ni tampoco de su lejanía en el tiempo. Nos apoyamos para ello, como principal razón, en que el momento exacto de tan trascendental Acontecimiento se lo ha reservado Dios para Sí mismo, según Palabras del mismo Jesucristo que en modo alguno ha querido revelarlo (Mt 24:36; Hech 1:7). Por otra parte, este Estudio no se refiere a dicho punto en concreto y de ahí que no pretenda resolverlo, puesto que trata meramente de desarrollar un comentario referente al lema profético De la Gloria del Olivo acerca del cual, conviene recordarlo, cualquiera puede sentirse libre para aceptarlo o para rechazarlo.
Hemos afirmado más arriba que el texto profético que señala al Pastor que conducirá al diezmado Rebaño de Jesucristo durante la última Gran Persecución, se refiere a Pedro Romano, y no a Benedicto XVI. Los hechos así lo han confirmado, como hemos señalado en nota anterior.
En cuanto a lo que hablamos acerca del diezmado Rebaño de Jesucristo, tal como habrá quedado reducido en aquellos terribles momentos, no hay sino recordar las palabras de San Pablo en las que habla de la Gran Apostasía que tendrá lugar en los Últimos Tiempos (2 Te 2:3), así como también las del mismo Jesucristo: Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿acaso encontrará Fe sobre la Tierra?
Y volviendo ya a nuestro tema, habíamos asegurado que la Iglesia actual es ante Dios la Gran Derrotada. La Gran Culpable de una Apostasía de la que habrá de dar cuentas ante la Justicia del Terrible Juez. A propósito de lo cual, habíamos aludido a dos faltas especialmente graves, las cuales parecen haber sido las que principalmente han precipitado sobre Ella la ruina de la crisis actual. Con respecto a la cual, sólo resta como consolación para los fieles la promesa de Jesucristo que les otorga la seguridad de su superación: Y las Puertas del Infierno no prevalecerán…
La Apostasía significa un consciente y voluntario abandono de la Fe, y es quizá la más grave traición que los miembros de la Iglesia pueden cometer. Aquí se han enumerado brevemente y de manera superficial las diversas formas bajo las que se manifestado, con las consiguientes graves faltas que los católicos han cargado sobre sus espaldas.
El Mentiroso Profeta o pretendido Maestro o Pastor que aparecerá en los Últimos
Tiempos engañará a muchos, según la Revelación. En palabras del mismo Jesucristo, a la inmensa mayoría y casi a los mismos elegidos (Mt 24:24). Teniendo en cuenta, dada la gravedad de los hechos, que cuando se habla aquí de engañar no se están utilizando eufemismos, sino que realmente se quiere decir reducir al engaño, en toda la crudeza y extensión del término. Para lo cual, el Mentiroso Profeta no se mostrará meramente ante la masa de los fieles como un Maestro bueno y honesto, sino como un verdadero héroe y libertador al que la Iglesia habría esperado durante mucho tiempo. Un imponente aparato de propaganda, acompañado de inteligentes pero implacables sistemas de coacción, acompañarán sus acciones y sus palabras de forma que será aclamado y reconocido prácticamente por casi todos. Sus palabras mentirosas serán mostradas como la auténtica interpretación del Evangelio, capaz de devolver a la Iglesia a la pureza de sus primeros orígenes. Sus acciones, destinadas a producir la implacable demolición de la Iglesia, aparecerán ante todos como heroicas acciones que no pretenden otra cosa sino la simplicidad, la autenticidad y la pureza de un Evangelio que había sido deformado por la Iglesia.
El poder histriónico desplegado por el Padre de la Mentira será tan terrible como para hacer ver que lo blanco sea negro y lo negro se convierta en blanco. Las mentiras y herejías más grotescas aparecerán como lo que tendrían que haber sido los únicos y verdaderos dogmas. El paisaje de auténtica desolación y yermo arrasado que ofrecerá la Iglesia en aquellos momentos, junto al de apostasía, de cobardías, de pecado y de muerte, será presentado ante los ojos de todos como la auténtica Primavera de la Iglesia, por tanto tiempo esperada y al fin lograda.
Mientras tanto, ¡ay de aquellos que se atrevan a denunciar la verdadera situación! Serán perseguidos y denunciados como mentirosos, ajenos al espíritu de nadie sabe qué, y como desgraciados que se empeñan en aferrarse a tradiciones pasadas y ya enteramente obsoletas. La inmensa multitud de fieles, otrora católicos y ahora integrados en la Nueva Iglesia, habrán quedado petrificados y obcecados en la mentira. Voluntariamente, por supuesto, pero ahora ya enteramente convencidos. Quien se atreva a repartir avisos de peligro y proclamas de la verdad será perseguido por quienes ya han decidido definitivamente seguir un camino distinto al de la verdadera Fe. Y de ahí que convendría recordar aquí las palabras del mismo Jesucristo: El mundo me odia porque doy testimonio de que sus obras son malas.
La gran tragedia del mundo que se avecina —o que tal vez ya ha llegado— consiste en que los hombres habrán erigido el templo del culto a la diosa Mentira. A través del cual se extenderá por todas partes la creencia (que no admitirá oposición) de que no hay otra verdad que la misma falsedad. E igualmente, la de que el hombre ya no necesita a Dios desde que ha descubierto que se basta a sí mismo. Cuando muchos Pastores de la Iglesia se habrán convertido en lobos devoradores del rebaño. Cuando la cobardía, la traición y el amor al mundo hayan tratado de tapar sus vergüenzas tratando de aparecer como que han optado por lo único que era lo mejor.
Será el tiempo en que los verdaderos fieles a Jesucristo —el pequeño y escaso rebaño que permanecerá y hará realidad el hecho de que la Iglesia es perenne— mirarán hacia el Cielo, con la esperanza puesta en Aquél que ha de venir y poner fin al tremendo montaje de la farsa y de la iniquidad: Cuando comiencen a suceder estas cosas, levantáos y alzad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra liberación.