El manuscrito de Voynich
Yo soy la reencarnación del Dr. John Dee en este siglo. Viene a este mundo en 1965 y desde entonces he continuado mi labor que ya iniciara en el s.XVI de estudiar todo lo misterioso de este planeta-purgatorio en el que nos hallamos, para nuestra desgracia. Uno de los temas que me interesó en mi primera reencarnación fue el hoy llamado manuscrito de Voynich.
Ahora en esta segunda reencarnación observo que después de 400 años sigue siendo un misterio como cuando yo lo tomé por primera vez. Gracias a la tecnología de este siglo, que he de reconocer que parece magia, para alguien como yo que vio la luz por primera vez hace varios siglos, es posible descargarlo en el siguiente enlace:
Biblioteca – La Cripta de John Dee
Ahora, con la ayuda del profesor Jacques Bergier, os resumo la historia de este manuscrito desde mis tiempos hasta la actualidad. El manuscrito de Voynich tiene que ver, mas que que con la magia, con la criptografía de la que pronto hablaremos en ésta cripta. Estoy haciendo algunos estudios en criptografía basada en curvas elípticas de las que muy pronto hablaré desde lo mas oscuro de mi pirámide.
Historia del manuscrito de Voynich
El doctor John Dee fue coleccionista empedernido de manuscritos extranjeros. Fue él quien, entre 1584 y 1588, regaló al emperador Rodolfo II el extraño manuscrito de Voynich.
El duque de Northumberland saqueó gran número de monasterios durante el reinado de Enrique VIII. En uno de estos monasterios, encontró un manuscrito que su familia comunicó a John Dee, cuyo interés por los problemas extraños y los textos misteriosos era bien conocido.
Según los documentos encontrados, el manuscrito en cuestión había sido escrito por el propio Roger Bacon. Roger Bacon (1214-1294) ha sido considerado por la posteridad como un gran mago. En realidad, se interesaba sobre todo por la que nosotros llamamos experimentación científica, de la que fue pionero.
Predijo el microscopio y el telescopio, los barcos propulsados por motores, los automóviles y las máquinas voladoras.
Se interesaba también por la criptografía, de la que habla en la Epístola sobre las obras secretas del arte y la nulidad de la magia. El Dr. John Dee pudo pensar, pues, perfectamente, que un manuscrito inédito y cifrado de Roger Bacon tenía muchas probabilidades de contener asombrosos secretos; Su hijo, el doctor Arthur Dee, al hablar de la vida de su padre en Praga, alude a «un libro de incomprensible texto, que mi padre trató en vano de descifrar».
John Dee regala el manuscrito al emperador Rodolfo. Después de múltiples aventuras, el documento va a parar al librero Hans P. Kraus, de Nueva York, que lo tiene en venta desde 1962, por el módico precio de 160,000 dólares. No es caro, si el libro contiene todos los secretos del mundo; pero lo es mucho, si sólo se trata de un compendio de los conocimientos Científicos del siglo XIII.
Ya hemos hablado del papiro egipcio que debía revelar, en principio, «todos los secretos de las tinieblas» y que resultó explicar únicamente el método para la solución de las ecuaciones de primer grado. Por consiguiente, hay que mostrarse desconfiado, aunque se trate del manuscrito de Voynich. El manuscrito de Voynich es un buen ejemplo de libro condenado que se ha librado de la destrucción por la única razón de que no se consigue descifrarlo, motivo por el cual no constituye un peligro inmediato.
Es un volumen en octavo, de 15 por 27 cm; falta la cubierta, y, según la numeración, se han perdido veintiocho páginas. El texto aparece iluminado de azul, amarillo, rojo, castaño y verde. Los dibujos representan mujeres desnudas de pequeñas dimensiones, diagramas (¿astronómicos?) y unas cuatrocientas plantas imaginarias. La escritura parece medieval vulgar. El examen grafológico permite sacar la conclusión de que el escribiente conocía el lenguaje que utilizaba: copió de un modo seguido y no letra por letra.
La clave empleada parece sencilla, pero nadie ha conseguido interpretarla.
El manuscrito aparece el 19 de agosto de 1666, cuando el rector de la Universidad de Praga, Joannes Marcus Marci, lo envía al célebre jesuita Atanasio Kircher, que era, entre otras cosas, especialista en criptografía, en jeroglíficos egipcios y en continentes desaparecidos. Era el hombre más adecuado para enviarle este texto, pero no consiguió descifrarlo.
El manuscrito fue estudiado después por el sabio checo Johannes de Tepenecz, favorito de Rodolfo II. Se advierte una firma de Tepenecz en uno de los márgenes, pero tampoco él consiguió descubrir el secreto. Fracasado, Kircher deposita el manuscrito en una biblioteca de los jesuitas. En 1912, un librero llamado Wilfred Voynich compra el manuscrito al colegio jesuita de Mondragone, en Frascati, Italia.
Lo lleva a los Estados Unidos, donde numerosos especialistas ponen manos a la obra. La mayoría de las plantas siguen sin posible identificación. En los diagramas astronómicos, se identifican las constelaciones de Aldebarán y de las Híadas; pero este no sirve de gran cosa. La opinión general es que se trata de un texto cifrado, pero en una lengua desconocida. El Vaticano abre sus famosos archivos para ayudar a la investigación. Sin resultado.
Se hacen circular numerosas fotografías, enviadas a los grandes especialistas en lenguajes cifrados. Fracaso total.
En 1919, llegan unas fotocopias a manos del profesor William Romaine Newbold, decano de la Universidad de Pensilvania. Newbold tiene entonces 54 años. Es especialista en lingüística y en criptografía.
En 1920, Franklin Roosevelt, a la sazón auxiliar del Ministerio de Marina, le felicita por haber descifrado una correspondencia entre espías, cuyo secreto no habían podido descubrir por ninguna de las oficinas especializadas de Washington. Newbold se interesa, cada vez más, en la leyenda del Grial y el por gnosticismo. Era visiblemente un hombre de gran cultura, capaz, si alguien en el mundo fuese capaz, de descifrar el manuscrito Voynich.
Trabajó durante dos años. Afirmó haber encontrado una clave, después de haberla perdido en el curso de las búsquedas, lo que es singular. En 1921 comenzó a hacer conferencias sobre sus descubrimientos. Lo menos que se puede decir es que tales conferencias que fueron sensacionales.
Según Newbold, Roger Bacon sabía que la nebulosa de Andrómeda era una galaxia como la nuestra. Además según él, Bacon conocía la estructura de la célula y la formación del embrión a partir del espermatozoide y el óvulo. Fue una sensación mundial.
No sólo en los círculos científicos, sino también entre el público en general. Una mujer cruzó todo el continente americano para suplicarle a Newbold que le expulsara un demonio que la perseguía, utilizando las fórmulas de Roger Bacon.
También hay objeciones. Nadie entiende el método de Newbold, se tiene la impresión de que él caminaba hacia atrás, no se consiguen mensajes nuevos utilizando su método. Es evidente que un sistema de criptografía debe funcionar en ambos sentidos.
Si se posee un código, se deberían descifrar los mensajes que están en ese código, también, traducir mensajes en ese código claramente. La sensación continuó, pero Newbold se tornaba cada vez más vago, menos accesible. Murió en 1926. Su colega y amigo, Roland Grubb Kent, publicó sus trabajos. El entusiasmo del mundo fue considerable.
Después una contraofensiva comenzó, dirigida en particular por el Padre Manly. No estaba de acuerdo con el descifrado de Newbold. Pensaba que ciertos signos auxiliares eran deformaciones del papel. Y rápidamente no habló más de este manuscrito.
Newbold borró conscientemente la pista, pues habría recibido amenazas. Tenía relaciones muy extrañas con todo tipo de sectas. Sabía lo suficiente para entender que ciertas organizaciones secretas son realmente peligrosas. Y a partir de 1923, fue amenazado, y por temor a sufrir graves represalias, dio un paso atrás. Ocultó lo esencial de su método, y su clave principal nunca fue encontrada.
Es preciso primero resumir, rápidamente, los intentos de descifrar posteriores a Newbold. La mayor parte son ridículas. Sin embargo, a partir de 1944, un gran especialista en criptografía militar, William F. Friedman, quien murió en 1970, trató este tema. Utilizó un ordenador tipo R. C. A. 301. Según Friedman, no solo el mensaje está cifrado, sino que está en un lenguaje totalmente artificial. Como el lenguaje enoquiano de John Dee. Es una hipótesis interesante, que quizás, un día sea demostrada.
Tras la muerte de Voynich en 1930, los herederos de su esposa vendieron el manuscrito a la librería Kraus. Está disponible por 160 000 dólares. En mi opinión, si el manuscrito realmente interesó a John Dee, es porque él reconoció, como en la Esteganografía de Tritemo, el código de una lengua que él conocía y que no era, quizás, una lengua humana.
Roger Bacon, o como otros antes y después de él, tuvo acceso a un saber que provenía, ya sea de una civilización desaparecida, ya sea de otras inteligencias. Una vez más, algunos pensaban y siguen pensando, que una revelación temprana relativa a secretos de una ciencia superior a la nuestra, destruiría nuestra civilización.
En este caso, habrá que preguntarse; ¿por qué el manuscrito Voynich no se destruyó? En mi opinión, se descubrió demasiado tarde su existencia, alrededor de 1920, y para entonces ya circulaban tal número de fotografías del texto que sería imposible destruirlas todas.
Es la primera vez que la fotografía interviene en un caso de libros condenados, y parece, sin duda, que va tornar más difícil, posteriormente, la tarea de los Hombres de Negro. Una vez que las fotografías fueron divulgadas no había nada que hacer, a no ser silenciar a Newbold y, esto sin levantar sospechas.
Así que no sufrió ningún «accidente» y murió de forma natural. Sin embargo, la campaña dirigida a desacreditarlo y producir traducciones ridículas del manuscrito fue muy bien organizada.
Anotamos, de paso, para las personas que están interesadas por planificación familiar una de estas falsas traducciones, la del Dr. Leonell C. Strong, extrajo del manuscrito Voynich la fórmula publicada de una píldora anticonceptiva. Pero el verdadero problema permanece.
Uno de los objetivos de la revista americana INFO, dedicada las informaciones de difícil solución, consiste en descifrar el manuscrito Voynich. Hasta la fecha, este objetivo no ha progresado mucho. A mí me parece que sería conveniente entregarse más al manuscrito de Voynich, y menos a otros problemas de ese género. Como si se tratara de los manuscritos de Tritemo o de los escritos incompletos de John Dee.
En el caso del manuscrito de Voynich parece ser un texto completo prohibido. Entre las pocas frases que se encontraron en las publicaciones de Newbold, una hace particularmente soñar. Es Roger Bacon quien habla: «Vi en un espejo cóncavo una estrella en forma de escarabajo. Esta se encuentra entre el ombligo de Pegaso, el busto de Andrómeda y la cabeza de Cassiopeia».
Fue exactamente ahí que se descubrió la nebulosa de Andrómeda, la primera gran nebulosa extragaláctica que se conoció. La prueba fue anunciada después de la publicación de Newbold y no pudo influir en su interpretación del texto un hecho que aún no había sido descubierto.
Otras frases de Newbold hacen alusión al «Secreto de las estrellas novas».
El descifrado del manuscrito de Voynich debería ir seguido de una censura seria, antes de ser publicado. Pero ¿quién ejercería esta censura? Como dice el proverbio latino, ¿quién guardará a los guardianes? Me pregunto si se habrá mostrado alguna vez una fotocopia del manuscrito de Voynich a un gran intuitivo del tipo de Edgar Cayce, que habría podido traducirlo sin someterse a los laboriosos procedimientos del descifrado.
Habría bastado con que encontrase la clave, y los ordenadores hubieran hecho lo demás. Se puede encontrar una fotografía de una página del manuscrito de Voynich en la página 855 del libro ya citado de David Kahn, edición inglesa de «Weidenfeld y Nicholson». Naturalmente, nada puede deducirse de ella. Pero llama la atención el número de repeticiones. Repeticiones que, digámoslo de paso, fueron observadas por numerosos especialistas en criptografía, que sacaron de ellas conclusiones contradictorias.
Pero el simple hecho de que se puedan encontrar estas fotografías representa ya un considerable fracaso para los «Hombres de Negro». Y sería de desear que quienquiera que poseyese un documento de esta clase lo difundiese lo más posible por medio de la fotografía, a fin de evitar su destrucción. Si la francmasonería europea hubiese tomado esta precaución antes de la guerra de 1939-1945, ciertos documentos únicos no habrían sido destruidos.
Esta destrucción de documentos masónicos fue realizada por comandos especiales. Cada uno de estos comandos estaba dirigido por un nazi, ayudado por franceses, belgas u otros ciudadanos del país en que se realizaba la destrucción. Estos comandos estaban notablemente bien informados.
Hay que observar que los franceses que participaron en esto gozaron de una inmunidad muy extraña durante la depuración que siguió a la liberación de 1944. Inmunidad, desde luego, muy singular, puesto que sólo se aplicó a esta clase de colaboracionistas. Mientras otros, puramente intelectuales, como el poeta Robert Brasillach, fueron duramente castigados, los especialistas de la acción antimasónica no sufrieron el menor ataque.
Volviendo al manuscrito de Voynich, tengo buenas razones para creer que se destruyó una versión en lenguaje normal. En efecto, Roger Bacón tenía en su poder un documento que, según él, había pertenecido al rey Salomón, y que contenía las claves de los grandes misterios. Este libro, compuesto de rollos de pergamino, fue quemado en 1350 por orden del Papa Inocencio VI. Esto se justificó diciendo que el documento contenía un método para invocar a los demonios.
Si sustituimos demonio por ángel, y ángel por extraterrestre, podremos comprender muy bien los motivos de esta destrucción.
Pero ahora sabemos que estaba oculto en una abadía, y que, sólo cuando esta abadía fue saqueada por el duque de Northumberland, reapareció el manuscrito y fue puesto en conocimiento de John Dee. Según ciertas notas de Roger Bacon, el documento que tenía en su poder y que procedía de Salomón no estaba escrito en clave, sino, simplemente, en hebreo. Roger Bacon observa, a este respecto, que el documento se refería más a la filosofía natural que a la magia.
Bacon dice también: «El que escribe sobre cosas secretas de manera que no se oculten al vulgo es un loco peligroso». Esto lo escribió, aproximadamente) en 1250. A continuación, explica el método de escritura secreta que requiere, en particular, el invento de letras que no existen en ningún alfabeto. Probablemente lo empleó para la traducción en clave del que podríamos llamar documento Salomón, pero que es más cómodo denominar manuscrito de Voynich.
El lenguaje básico de este manuscrito es, probablemente, la misma lengua enoquiana que tenía que aprender John Dee a través de su espejo negro y de la que se hablará mucho en el capítulo siguiente, a propósito de la Orden de la Golden Dawn.
Rastros de este libro se encontraban ya en Flavio Josefo. No hay que confundirlo con la Pequeña Llave de Salomón, ni con el Testamento de Salomón, ni con el Lemegetón. Todas estas compilaciones datan, como máximo, del siglo XVI, y algunas del XVIII.
Por lo demás, la mayoría de ellas carecen por completo de interés y nos dan, simplemente, listas de demonios.
El «libro de Salomón», que perteneció a Roger Bacon y fue quemado en 1350, era en verdad algo muy distinto. Fue probablemente esta obra, así como cierto número de otras «fuentes insospechadas y prohibidas», como decía Lovecraft, las que tradujo Roger Bacon a una lengua desconocida, poniéndolas después en clave.
El desdichado Newbold, quizás amenazado y aterrorizado, tuvo que inventar métodos de descifrado y, sobre todo, mantener la ficción de que el texto estaba en latín, cuando sin duda no estaba en latín, sino en lengua enoquiana.
¿Cómo consiguió Bacon hacerse con este documento? De momento, sólo podemos presumirlo e imaginar que los «Hombres de Negro» no constituyen un grupo monolítico, sino que entre ellos hay algunos que quieren descubrir los secretos y lo consiguen, al menos en parte. Podemos imaginar también que estos «Hombres de Negro» son una organización terrestre muy localizada, ayudada en ocasiones por seres extraterrestres a título experimental. A propósito de esto, quisiera llamar la atención sobre el caso de Giordano Bruno.
Los racionalistas hicieron suyo este mártir y lo convirtieron en un hombre de ciencia, víctima de las tendencias más reaccionarias de la Iglesia. Nada más falso. Giordano Bruno era, sobre todo, un mago, que amaba y practicaba apasionadamente la magia. Compara ésta con una espada que, en manos de un hombre experto, puede hacer milagros, e insiste en el papel representado por las matemáticas en la magia.
Para él, la existencia de los otros planetas y la rotación de la Tierra alrededor del Sol constituye una parte secundaria de su obra, compuesta de sesenta y un libros, en su mayor parte mágicos. La existencia de otros planetas habitados es, para él, parte de la magia. Y precisamente porque sabe demasiado a este respecto es atraído a Venecia por un agente de la Inquisición, llamado Giovanno Mocenigo, y entregado por éste a sus dueños.
Porque creía en la magia y en habitantes de planetas distintos de la Tierra Giordano Bruno fue declarado hereje contumaz y quemado en Roma, en el Campo dei Fiori, el 17 de febrero de 1600. Vivió en Inglaterra desde 1583 hasta 1585, y es posible que conociese los trabajos de John Dee y el manuscrito de Voynich. Por lo que sabemos de Giordano Bruno, era un hombre confiado e imprudente. Por lo visto, habló demasiado.