El paso de la vida a la muerte

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Pero claro, si que despiertas, pero de otra manera. De momento y para empezar, el alzheimer se te ha pasado de golpe. Vuelves a ser tu mismo y eso es muy raro. Empiezas a recordar a darte cuenta de quién eres, e igual hasta piensas que bueno, has estado enfermo, has dormido varios días...piensas que aún estás en 1985 antes de perder la memoria por completo, todo eso estás pensando hasta que das un par de vueltas por la casa y descubres la aterradora realidad. Han pasado 10 años desde tu último recuerdo lúcido y estás muerto.

Voy a contaros una historia real, absolutamente real. Voy a hablar de un familiar cercano que murió a finales del siglo XX. Se trata de mi abuelo. Escribir sobre ello me hará ordenar una serie de ideas a las que llevo dando vueltas desde hace mas de 20 años. Ideas que quieren asomarse a esa última puerta que todos debemos de cruzar un día.

A medida que pasa el tiempo ese día fatal se va acercando, a pesar de vivir en una ilusión de eternidad, que desde luego, no existe. Una tarde fría de invierno estaba en el pueblo de donde proviene mi familia tanto la rama paterna como la materna.

Nos habían avisado el día anterior. El abuelo había muerto. Emprendimos viaje hacia el pueblo y durante el camino fui recordando algunas cosas de mi abuelo. Su nombre era Eduardo. Nació el 28-5-1909 y murió el 29-11-1994. Para cuando murió yo ya vivía de forma independiente. En los pueblos como se sabe, se conserva la fe religiosa mas y mejor que en las ciudades.

Mis dos abuelas eran personas muy religiosas y mis dos abuelos aunque no lo eran, siempre pensé que era mas un tema de postureo masculino frente a la fe del carbonero de las mujeres. Pero todavía hoy recuerdo algunos hechos singulares. Me tengo que remontar a muchos atrás. Yo era un niño y paseaba con mi abuelo Eduardo camino de un convento abandonado. Durante el trayecto, mi abuelo me hizo una confesión: me dijo que era absolutamente ateo, que no creía en absoluto en la vida eterna y que todas las religiones eran patrañas que no merecían credibilidad alguna.

Yo me quedé muy sorprendido porque jamás le oí expresión anticlerical alguna. Continuó explicándome que el pensaba, no obstante, que la religión sí era una cosa digna de mantener y apoyar puesto que preservaba el bien común y la paz social.

Al ejercer como bálsamo de las conciencias, prometiendo venganza en la vida eterna al oprimido y fin de los sufrimientos, en la vida eterna también, al conjunto de la humanidad doliente, las religiones ejercían un efecto beneficioso sobre una raza humana que apenas podía sobrellevar el peso de una vida de penalidades en este planeta purgatorio.

Y allí estaba yo con escasamente 12 años enterándome de primera mano lo significaba de verdad el realismo práctico y cínico. Qué contraste pensé, las tardes de rosario de mis abuelas, sus misales, sus vestiduras negras, con este filósofo del pragmatismo. Todo me sonaba a una especie de absolutismo ilustrado.

Recordaba yo este hecho y vendrá muy bien ante ciertos hechos misteriosos que acontecerían en el viejo caserón de mi abuelo. Así, entre pensamientos y recuerdos pasaron las escasas horas de viaje y llegamos al viejo caserón de mi familia paterna, donde tendría lugar el velatorio previo al posterior entierro con Misa funeral.

El viejo caserón como yo lo llamo, es en realidad una casa de pueblo normal, pero con algunas peculiaridades. En primer lugar está el tamaño. Es muy grande incluso para los cánones de principios de siglo. Debe tener cerca de 1000 metros construidos, pero antes era mucho mayor incluso, porque se vendió una parte que se segregó. Había tres plantas e innumerables habitaciones.

Recuerdo que de niño mi abuelo vivía en una parte de la casa en invierno, y en verano se trasladaban todos a otra parte de la casa mas fresca en la planta baja. Hoy día está dividida en tres partes y todas ellas son grandes.

Otra característica del viejo caserón es su antigüedad. En tiempos intenté averiguar su fecha aproximada de construcción. Mi abuelo Eduardo la compró en los felices años 20 a una señora que había vivido toda su vida allí. Se dice que antes de ser una casa fue almacén de indias. Los productos y mercancías que venían de las indias se guardaban allí.

Tras no pocas indagaciones llegué a la conclusión de que la casa data al menos del siglo XVIII. Por lo tanto no es difícil hacerse una idea de la cantidad de personas que han vivido y sobre todo muerto en el viejo caserón. Esto será muy importante para relatar determinados sucesos paranormales que han acontecido en esa casa a lo largo de años.

Tras los saludos a la numerosa familia y amistades procedí a instalarme en mi habitación. Mi abuelo murió por la noche, mientras dormía, a los 85 años de edad y en medio de un alzhéimer muy avanzado. Luego cuando murió, ni sabía que se iba a morir, ni donde estaba, ni quien era, ni que estaba enfermo. ¿Se puede tener mejor muerte?. Acostarte una noche y no volver a levantarte. Al menos con tu cuerpo.

Pero claro, si que despiertas, pero de otra manera. De momento y para empezar, el alzheimer se te ha pasado de golpe. Vuelves a ser tu mismo y eso es muy raro. Empiezas a recordar a darte cuenta de quién eres, e igual hasta piensas que bueno, has estado enfermo, has dormido varios días…piensas que aún estás en 1985 antes de perder la memoria por completo, todo eso estás pensando hasta que das un par de vueltas por la casa y descubres la aterradora realidad. Han pasado 10 años desde tu último recuerdo lúcido y estás muerto.

Con estos pensamientos y elucubraciones en la cabeza me metí en la cama y me dispuse a dormir en aquella fría noche de noviembre en el viejo caserón. Pero nada mas apagar la luz y cubrirme con dos pesadas mantas, me di cuenta de una cosa. El viejo caserón de mi abuelo estaba parcialmente reformado.

Eran reformas antiguas, que habían sido hechas con mejor o peor fortuna, a veces parcheando los estropicios del tiempo. Ni siendo millonario se tenía el dinero suficiente para reformar integralmente un caserón de 1000 metros con 300 años de antigüedad. Y la parte de la casa donde estaban los dormitorios de la primera planta había sido reformada de un modo no muy profesional.

Había cuatro dormitorios muy grandes uno a continuación del otro. Y había 2 pasillos que los conectaban. Uno interno a los dormitorios y otro externo. Una chapuza, vamos. Había razones para que se hiciera así, en las que no entraré. El caso es que por el pasillo interno, si estaban las puertas abiertas se podían ver partes de los otros dormitorios.

El primero dormitorio es donde murió mi abuelo. El segundo es donde dormía yo. Y mi cama estaba cerca del pasillo interno, dispuesta de tal manera que podía ver casi medio dormitorio de mi abuelo puesto que la puerta interna que comunicaba ambas habitaciones por dentro estaba abierta.

Bueno, pues cuando murió mi abuelo, que como sabéis fue por la noche en su cama, vinieron los de la funeraria a arreglar el cadáver y ya de paso trajeron el ataúd. Claro, el cadáver hay que dejarlo en el ataúd. Pero ambas cosas no pueden descansar sobre el somier de la desvencijada y antiquísima cama porque su antiguo armazón de madera no lo resistiría.

Y ahora adivinar donde dejaron el ataúd abierto con el cuerpo de mi abuelo en su interior. Exacto, en el pasillo, que yo podía ver a la perfección desde mi cama durante toda la noche. Y ahí estaba yo, oyendo las campanadas de media noche de la cercana iglesia del pueblo, a la vez que los rayos de la luna llena iluminaban el ataúd abierto dando al rostro de mi abuelo un aspecto de cera, un brillo febril de alguien que puede que aún no se haya ido del todo y ronde por aquel viejo caserón.

Así transcurrió aquella primera noche de tres días trágicos, aterradores e inolvidables. A la mañana siguiente me aguardaba una singular tarea no exenta de peligro y que pudo haber acabado mal.

Me desperté temprano, saludé a mis primos y otros familiares que se iban congregando en la casa. Era un día neblinoso, había estado lloviendo parte de la noche y lo hacía con fuerza por la mañana. Era un típico día de noviembre, mes de la matanza y de la aparición de ánimas. Pronto esas ánimas se me aparecerían como veremos mas adelante.

Bien, como ya sabemos el ataúd abierto con el cadáver de mi abuelo estaba depositado en el suelo del dormitorio donde murió. Para proceder al velatorio que iba a tener lugar ese mismo día que ahora empezaba, había que hacer una cosa de cierto peligro. Había que tapar el ataúd y bajarlo a otra dependencia de la planta baja. La que yo llamo sala de los ataúdes, porque todos los familiares que han muerto en aquella casa, pasaron sus últimas horas ya como cuerpos sin vida, en aquella sala de la cual partirían hacia el cementerio.

Bien, pues cerrada la tapa del ataúd ya os podéis imaginar lo que pesaba aquello. Todos conocemos la frase de “pesa como un muerto” a lo que hay que añadir el peso del ataúd de madera maciza. Os puedo asegurar que el refrán se queda corto. Mis primos mas fuertes y yo, un total de ocho, cargamos con el ataúd y nos disponíamos a bajarlo por unas escaleras de granito muy desgastado y muy empinadas, que además, para mas complicación daban a un patio exterior. Como dije antes estaba lloviendo.

La lluvia había empapado los viejos y desgastados peldaños de granito. Unos peldaños muy altos, pues la escalera tenía que salvar una gran altura en pocos metros. Los techos eran muy altos y las plantas tenían gran altura. Empezamos a bajar aquellos resbaladizos y estrechos escalones, los ocho primos cargados con el pesadísimo ataúd a nuestros hombros.

Al final todo salió bien de milagro. Hubo que ir muy despacio. El mas mínimo traspiés hubiera dado con la caja y su carga en el suelo. Éramos ocho y yo que iba delante sentía el enorme peso del cuerpo revestido de su último traje.

Al final llegamos a la sala de los ataúdes sin novedad, y dejamos la caja sobre una mesa de centro de mármol que era lo suficientemente robusta como para aguantar el peso.

Nadie que no haya asistido a un velatorio en un pueblo de la España profunda se hace una idea de lo que es aquello. El número de personas que iban a velar aquella noche era tan grande que hubo de habilitarse la casa de enfrente que pertenecía a un familiar de mi abuelo.

En dicha casa fueron los hombres, y en la casa de mi abuelo quedaron las mujeres. Yo anduve de una para otra, observando como ciertas escenas iban a quedar grabadas en mi memoria para siempre. Llantos espontáneos, relatos de anécdotas, las consabidas alabanzas al muero, lo bueno que era etc. Aquello duró toda la noche. Yo dormí algunas horas y al día siguiente estaba todo preparado para el entierro. Esta es la parte mas prosaica. Vino un coche, se llevó la caja a una iglesia, se hizo una misa funeral a la que asistió mucha gente.

Tras ella, la caja volvió a cargarse en el coche donde ya sin dilación emprendió camino a su última morada. En ambos trayectos, los deudos íbamos en procesión tras el coche fúnebre que iba a 4 km/h.

Llegamos al cementerio. Allí ya estaba esperando el enterrador subido a una escalera, junto al nicho. Hubo que hacer un último esfuerzo y elevar el ataúd para que apuntara a la entrada del nicho. Se deslizó por el hueco con un siniestro crujido y el enterrador procedió a tapar con ladrillos el hueco de la entrada, mientras el sacerdote rezaba las últimas oraciones para recomendar el alma.

Tocaba hacer las últimas salutaciones, conversar con conocidos, despedirlos y finalmente volver al viejo caserón. Todavía éramos muchos familiares los que quedábamos en el caserón, y se acercaba la hora de comer. No hay problema, todo estaba previsto. En los funerales de aquel pueblo de la España profunda, cuando había mucha gente, algunas mujeres cocinaban lo que yo he llamado pollo de funeral.

Es una especie de pollo en pepitoria, muy bueno la verdad. Tenía unas ligeras variantes con respecto al pollo en pepitoria tradicional. Había menos ajo y mas pimiento rojo. Todavía me acuerdo, sentado en una vieja cocina de la planta baja, alrededor de una mesa de camilla con un brasero encendido junto a varios de mis primos y primas, comiéndonos el pollo de funeral. Recuerdo una conversación moderadamente animada entre nosotros, después de la noche y el día de tensión dramatismo por el velatorio y el funeral.

Bueno, ahí quedó ese último día del entierro de mi abuelo. Aún pasaría una última noche en el viejo caserón, ya sin el ataúd con el rostro de mi abuelo mirándome desde el infinito, y a la mañana siguiente partiría hacia Madrid.

Pero aquella noche tendría yo uno de los sueños mas lúcidos en mucho tiempo. Soñé como es normal que así fuera, con el día del entierro. En concreto estaba soñando justamente con la escena de los primos sentados alrededor de la mesa de camilla comiéndonos el pollo. Hasta ahí todo normal. Se suele soñar con aquellas vivencias del día anterior, que el cerebro mezcla y elabora como puede, presentando muchas veces, un resultado distorsionado e incluso absurdo.

Esta vez no era así. Fue una reproducción fiel de la escena de la comida, con todo detalle sin añadir ni quitar nada, excepto por una cosa. Había un comensal mas sentado a la mesa. Era mi abuelo, que llevaba puesto el traje con el que lo enterraron. No comía. Estaba situado frente a mí, entre dos de mis primas. Todo el mundo hablaba distraídamente, unos con otros. Nadie parecía verle. So lo yo le veía y oía.

Me miró fijamente, como si fuera una fotografía y sin despegar los labios, sin pestañear parecía reírse. Comenzó a hablarme telepáticamente y dijo: “Todos estos que hay aquí se ríen mucho, pero sólo tu y yo sabemos que estoy muerto”.

Han pasado 27 años y aún recuerdo la frase que me dijo sin mover un sólo músculo de la cara. De modo que a la mañana siguiente recogí mis cosas, me despedí de familiares y vecinos y retorné a Madrid. En los siguientes años ocurrirían muchos fenómenos paranormales en el viejo caserón, en concreto en la sala de los ataúdes y en el dormitorio donde dormí la noche de autos.

Hoy día esas estancias pertenecen a casas distintas por cuestiones de herencias, pero tengo llave para las dos. La habitación donde dormí la he llamado la habitación del miedo por razones que explicaré en otro post. Sólo adelantaré que no es que hayan ocurrido fenómenos paranormales en esa habitación. Es que la habitación en sí es un fenómeno paranormal que habría que estudiar.

Jamás he visto tanta concentración de orbes en una sola estancia como en la habitación del miedo. A día de hoy y después de los años que han pasado y de las veces que he dormido allí, todavía tengo que pensarme varias veces el subir allí. Eso de día. De noche, bajo ningún concepto porque se a ciencia cierta que hay mas presencias que la mía. Y no hay solo una, hay muchas mas. Y lo que es peor, no sé cuáles son sus intenciones. Hay tanta gente que ha muerto y sufrido en el viejo caserón, tantas vivencias, que es imposible imaginar el estado de ciertos espíritus. La atmósfera es opresiva, se puede cortar con un cuchillo. El aire es denso, el silencio es atronador, parece una cámara anecoica, no pasan sonidos adentro.

Este pequeño relato he querido introducirlo antes de contaros unas ideas que rondan por mi cabeza. Según nuestras creencias religiosas, el que las tenga, debemos tener mas o menos claro cuál será nuestro destino postmortem. No quiero imaginarme a quien sea materialista o ateo, o no tenga muy claro el tema espiritual, lo aterrador que debe ser pensar en el momento en que tengan que cruzar el umbral entre la vida y la muerte.

Debe de ser angustioso, opresivo, horroroso, asfixiante, pensar, bien en la aniquilación absoluta, bien en un desconocimiento o incertidumbre absoluta en cuanto a la pervivencia del alma tras la muerte.

Pero los que tenemos una vida espiritual, también tenemos que estar alerta ante ciertas cuestiones que desconocemos. Existen las almas errantes y ciertos estados muy inciertos como el del limbo. Hay muchos temas del mundo de ultratumba que ignoramos. ¿Es posible que existan otros estados postmortem?.

Tengo el convencimiento de que hay montones de conocimiento de tradiciones, de nuestros pueblos y aldeas, que o bien se han perdido o bien se han diluído como supersticiones. Quien sabe cuánto conocimiento oculto sobre la vida tras la muerte se ha perdido para siempre. El libro Gárgoris y Hábidis, una historia mágica de España del intelectual Fernando Sánchez Dragó, es un intento de recuperar esas tradiciones donde se mezcla el cristianismo con el pasado pagano de la antigua iberia.

Creo que la Iglesia Católica ha sido capaz durante dos mil años de preservar lo preservable de todo ese conocimiento adaptándolo en algunos casos a la luz del Evangelio. Tenemos por ejemplo el caso de la Santa Compaña y de los druidas en Irlanda. Pero esos enigmas los abordaremos en un próximo post. Pronto traeré a una persona experta en almas del purgatorio a la que entrevistaré y charlaremos sobre este interesante tema que nos gusta a los que de verdad nos gusta el misterio.

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