Se llama genéricamente espiritismo la doctrina que aspira a la comunicación directa e inmediata con los espíritus buenos o malos por medio de ciertas prácticas teúrgicas. Hasta aquí no pasamos de la magia, vulgarísima en todas las edades. Pero la originalidad del espiritismo consiste haberse enlazado con la doctrina de la transmigración de las almas y con ciertas hipótesis astronómicas, de donde ha venido a resultar una doctrina cuyos cánones son la pluralidad de mundos habitados, la pluralidad de existencias del hombre, la reencarnación de las almas y la negación de la eternidad de las penas.
Hay pues en el espiritismo una parte especulativa y una parte teórica, una superstición y una especie de sistema demonológico, No han de confundirse con el espiritismo otros procedimientos sin doctrina (el magnetismo animal, el mesmerismo, el sonambulismo, etc.) que ordinariamente andan mezclados con él, pero que también suelen ejercerse separadamente, sin que arguyan en el operante adhesión completa a la parte metafísica del sistema, así como, por el contrario, algunos espiritistas teóricos tienen por farándula toda la parte taumatúrgica.
Ni una ni otra, a decir verdad, eran nuevas en España. La historia de
los orígenes del espiritismo entre las gentes ibéricas abarca desde
los goetas gentiles hasta los priscilianistas, desde los priscilianistas hasta Virgilio Cordobés, Raimundo Tárrega, Gonzalo de Cuenca, Tomás Escoto y el Dr. Torralba. Sólo añadiremos que los espiritistas han creído recientemente hallar predecesor de su doctrina en el estrafalario médico don Luis de Aldrete y Soto, que en 1682 imprimió en Valencia
un libro intitulado La verdad acrisolada con letras divinas y humanas, Padres y Doctores de la Iglesia, al cual libro acompaña una aprobación, más extensa y no menos singular que el texto, firmada por el doctor teólogo D. Antonio Ron. Lo mismo Aldrete que Ron, más que espiritistas, son milenarios e iluminados, pero de todas suertes afirman la pluralidad de mundos y «que el paraíso donde pecó Adán no estuvo en esta tierra que habitamos», sino en otra región más alta y pura, y, lo que es más, admiten cierto espíritu medio, especie de envoltura del cuerpo, semejante a lo que llaman hoy periespíritu, que Aldrete define «materia simplicísima, engendrada por Dios Óptimo Máximo del espíritu del mundo para la restauración de la naturaleza humana».
Pasó el libro de Aldrete sin despertar las sospechas de la Inquisición ni de nadie; tenido por una de tantas muestras de la desvariada imaginación de su autor, bien manifiesta en otros papeles suyos, por ejemplo, la Defensa de la astrología y el Tratado de la luz de la medicina universal; ni tuvo el espiritismo más representación entre nosotros que algunos conceptos de dos odas de Somoza (el amigo de Quintana), hasta que en estos últimos años, por influjo extranjero, abriéndole el camino M. Home en su viaje por España.
Comenzó a reaparecer en su forma menos científica, en la de mesas giratorias y espiritus golpeadores (1850). Más adelante se propagaron en traducciones las obras de Flammarión y Allan Kardec: el krausismo contribuyó a difundir una doctrina del alma y sus destinos futuros en las esferas siderales muy semejante al espiritismo: los leaders de la escuela economista le dieron el prestigio de su autoridad y de su nombre, y comenzaron a formarse círculos secretos de espiritistas, que después de la revolución de 1868 se hicieron públicos Por orden de antiguedad debe figurar, al frente de todas, la Sociedad Espiritista Española, de Madrid, fundada por un francés, Alverico Peron, discípulo de Kardec, en 1865, la cual en 1871 se fundió con la Sociedad Progreso-Espiritista, instalando su academia en la calle de Cervantes. Predominó en ella el elemento militar, y especialmente el cuerpo de Artilleria.
Fue presidente honorario el general Bassols, y presidente efectivo, el vizconde de Tores Solanot. Sesiones v conferencias públicas, evocaciones de espíritus, desarrollo de mediums, todo lo intentaron. El Criterio espiritista servía de respiradero periódico a la Sociedad, que además se dedicaba al magnetismo y al sonambulismo lúcido.
Especie de hijuela de esta hermandad fue el Centro General del Espiritismo en España, sociedad propagandista y expansiva, bajo cuyos auspicios tomaron grande incremento, los cenáculos de provincias, especialmente el de Sevilla, dirigido por el general Primo de Rivera; el de
Cádiz, por D. S. Marín ; la Sociedad Alicantina de Estudios Psicológicos, la Sociedad Barcelonesa, la de Montoro, la de Zaragoza, la de Cartagena (director, el general Caballero de Rodas), la de Almería, la de Soria (director, D. Anastasio García López), la de Santa Cruz de Tenerife
(de la cual fue alma el difunto marqués de la Florida), la de Peñaranda de Bracamonte y otras y otras hasta el número de 35, algunas en pueblos de corto vecindario y menos nombradía, como Alcolea del Pinar (diócesis de Sigüenza), Alanís (provincia de Sevilla); Almazán, Almansa, Alcarraz, Puebla de Montalbán, Quintanar de la Sierra, etcétera, etc. Aun existen otras más, pero han quedado fuera de la órbita del centro madrileño, gobernándose cantonalmente y en una independencia casi selvática. La
Sociedad Barcelonesa Propagadora del Espiritismo se ha mostrado más anhelosa de la publicidad que ninguna otra, estampando, bajo la dirección de D. José María Fernández Colavida, traducciones de todas las obras de Allan Kardec.
Los artilleros, los albéitares, o médicos comparativos, y los maestros de escuela normal han sido en España los grandes puntales de esta escuela. Nada más monumental en el género grotesco y de filosofías para reír que el libro Roma y el Evangelio, dictado por los espiritus a D. Domingo de Miquel, a D. José Amigó y a otros maestros de Lérida, e Impreso por el Círculo Cristiano Espiritista, de aquella ciudad. En otra parte que no fuera España, tal libro hubiera llevado a sus autores derechamente a un manicomio, juzgándolos con mucha benignidad. Pero nuestro Consejo de Instrucción Pública lo juzgó sapientísimamente de otra manera, y los dejó continuar en la enseñanza, trasladándolos a otra Escuela Normal, sin duda para que pudiesen extender el radio de sus conquistas. El libro es un tejido de groseras impiedades, con grande aparato de reforma religiosa y restauración del primitivo espíritu cristiano; pero lo original y curioso está en que todas las diatribas contra los curas se las hacen firmar muy gravemente los dómines espiritistas ilerdenses a Lúculo (Luculus le llaman a la francesa), a Fenelón a Eulogio (nescio quis), a San Luis Gonzaga, a San Pablo, a Moisés, a Santo Tomás de Aquino y, finalmente, a la bienaventurada Virgen María y al Niño Jesús, todos los cuales en versículos lapidarios, parodiando el estilo bíblico, condenan la eternidad de las penas, afirman la pluralidad de mundos, se ríen de las llamas del infierno, increpan a los cardenales por su fausto, atacan el dogma de la infalibilidad pontificia, niegan la existencia del diablo y anuncian el próximo fin de la Iglesia pequeña de Roma y el principio de la Iglesia universal de Jesús.
¡ Pobres pedagogos, que soñaron ser regeneradores de un mundo ! iCuánto mejor les estaría perfeccionarse en la letra cursiva y en el método Iturzaeta ! iQué semillero de don Hermógenes han sido aquí las dichosas escuelas normales, nacidas por torpísima imitación francesa !
Ni es Roma y el Evangelio la única muestra de libros inspirados; los hay tan peregrinos como un tratado de política, dictado a los espiritistas de Zaragoza por el espíritu de Guillermo Pitt. El medium gallego Suárez Artazu escribe novelas bajo la inspiración de los espíritus Marietta y Estrella, que mueven el lapicero del medium con vertiginosa rapidez.
Sociedad espiritista hay (creo que es la de Huesca) que tiene su reglamento redactado nada menos que por el espíritu de Miguel de Cervantes Saavedra, que, sin duda, se ha dejado olvidada por aquellos mundos la lengua castellana.
No lo creerán los venideros, pero bueno es dejar registrado que esta aberración de cerebros enfermos ha cundido en España mucho más que ninguna secta herética y cuenta más afiliados que todas las variedades del protestantismo juntas y que todos los sistemas de filosofía racionalista.
Aquí, donde todo vive artificialmente y nunca traspasa un círculo estrechísimo, el espiritismo, padrón de ignorancia y de barbarie, verdadera secta de monomaniáticos y alucinados, afrenta de la civilización en que se alberga, parodia inepta de la filosofía y de la ciencia, logra vida propia y organización robusta, encuentra recursos para levantar escuelas y templos, cuenta sus sociedades por docenas y sus adeptos por millares, manda diputados al Congreso, propone el establecimiento de cátedras oficiales, inspira dramas como el Wals de Venzano, del infeliz y gallardísimo poeta Antonio Hurtado; congrega en
torno de las mesas giratorias a muy sesudos ministros del Tribunal de Cuentas y a generales y ministros de la Guerra, y hace sudar los tórculos con una muchedumbre de libros.
Y cómo apena el ánimo considerar que no todos esos ilusos han sido veterinarios ni maestros normales, sino que entre ellos han figurado, sin sospecha de extravío mental, poetas como Hurtado, el fácil y vigoroso
narrador de las leyendas del antiguo Madrid, y prosistas tan fáciles y amenos como el artillero Navarrete, naturaleza tan antiespiritista, como lo declaran sus Crónicas de caza, sus Acuarelas de la campaña de África o sus ligeros e ingeniosos versos! į Y, sin embargo, este hombre ha escrito un libro de teología espiritista, que se llama La fe del siglo XX, hermano gemelo de Tierra y cielo, de Juan Reynaud !
El espiritismo nunca se ha presentado en España con el modesto carácter de superstición popular o de física recreativa, sino con pretensiones dogmáticas y abierta hostilidad a la Iglesia; por donde viene a ser uno de los centros más eficaces de propaganda anticatólica. Así lo prueban, además de Roma y el Evangelio, los varios libros del vizconde de Torres Solanot, actual portaestandarte de la escuela, y especialmente el que se rotula El catolicismo antes de Cristo, plagio confesado de los delirios indianistas de Luis Jacolliot (La Biblia en la India), hoy condenados a la befa y al menosprecio por todos los que formalmente, y sin ligerezas de dilettante, han escudriñado la primitiva historia del Extremo Oriente.