Tiempo y eternidad – Parte I
La mejor manera de introducirse en el complicado y difícil desafío intelectual de entender y expresar lo que es el tiempo es intentar entender lo que es el no tiempo, esto es la eternidad. Sólo ahora la humanidad tiene los conocimientos científicos para abordar el problema del tiempo.
Pero durante miles de años, filósofos y místicos han estudiado y pensado sobre la divinidad, sobre Dios. No es que se haya avanzado mucho, pero se han cultivado ideas sobre la eternidad de Dios, que pueden ayudarnos en primera instancia, al menos, a centrar y delimitar el problema.
Vamos a describir en una serie de posts, aún no sé cuántos, el intrigante problema del tiempo. En primer lugar, en este post, vamos a ver un resumen de hasta donde ha llegado el pensamiento occidental durante miles de años preguntándose y reflexionando sobre el problema del tiempo y la eternidad.
Mas adelante, veremos un concepto de tiempo moderno y basado en la ciencia, pero también en la filosofía occidental. Veremos ahí que el tiempo en realidad no transcurre. Esto puede parecer paradójico, pero en realidad es un problema muy simple. Si el tiempo transcurriera, debería hacerlo con respecto a «otro tiempo externo a el», que a su vez, para transcurrir, debería hacerlo con respecto a un tercer tiempo…y así ad infinitum.
Por reducción al absurdo vemos claramente que el transcurso del tiempo es un concepto engañoso. Un false friend. Todos conocemos la leyenda del monje Virila, que un día salió del su monasterio a dar un paseo. A él le pereció que el paseo era de solo unos minutos. Se quedó contemplando el vuelo de un ave, durante unos segundos y regresó a su abadía.
Nadie le reconoció. Todo había cambiado. Pero uno de los monjes recordó una antigua historia de cierto monje que desapareció dando un paseo….hace trescientos años.
El tiempo tiene algo de ilusorio, de irreal, de que lo voy a entender inmediatamente, e inmediatamente se me escapa. La velocidad de transcurso del tiempo es meramente subjetiva porque el tiempo, en realidad no transcurre como hemos visto mas arriba. Por eso el tiempo con el dentista se hace eterno, y de vacaciones se pasa volando.
Podemos pues afirmar con respecto al tiempo, una verdad que todo hombre aceptará. El aparente transcurso del tiempo es sólo psicológico. Poco mas podemos decir por ahora.
Relación de Dios con el Tiempo y la Eternidad
Dios es inconmensurable. No hay recursos lingüísticos para expresarlo adecuadamente. Los atributos de Dios no son reales, sino denominaciones de urgencia que es necesario utilizar a causa de la precariedad del ser humano y de su lenguaje. Dios solamente puede ser experimentado en el silencio, más allá de las definiciones y determinaciones.
Quien desee hablar de la eternidad debe hacerlo sin hablar, intentando en un equilibrio imposible expresar el ser de la eternidad sin usar el lenguaje . De la misma manera que para hablar de Dios se ha de callar, para referirse a la eternidad, es necesario hacer enmudecer a los vocablos y las expresiones que tienen algo que ver con la espacio-temporalidad del ser humano, con la finalidad de alcanzar el no-tiempo y el no-espacio
Si lanzas tu espíritu más allá del espacio y del tiempo, En cada instante, podrás encontrarte en la eternidad. Por eso a la pregunta: ¿qué es la eternidad?, se responde:
«No es ni eso ni aquello, Ni ahora, ni yo, ni nada: es no sé qué. Yo mismo soy eternidad, si abandono el tiempo Y si me concentro en Dios y Dios en mí».
De ahí que la eternidad, al contrario que el tiempo, que es una construcción humana, y puede medirse: Nada sabe la eternidad de años, días, horas.
Sólo conozco tres días: ayer, hoy y mañana. Pero cuando es ayer se esconde en el hoy y en el ahora Y el mañana se ha esfumado, vivo entonces aquel día Que, antes de ser creado, vivía en Dios.
El tiempo no es el sustrato de la eternidad, sino tan sólo una magnitud intramundana y mensurable, lo cual significa que se distingue radicalmente de ella. Sin el Número de la eternidad, el tiempo se expande y se aleja más y más del centro (la bienaventuranza sin espacio y sin tiempo), la periferia más exterior, es decir, el alejamiento total del centro,
equivale al estado de condenación.
Cuanto más alejado de Dios tanto más hundido en el tiempo. Por eso, a quien es del infierno, un día es una eternidad.
El tiempo no avanza, no se mueve, sino que el hombre es la maquinaria, que, como un perpetuum mobile, se mantiene inquieto e impaciente,
cansándose y corriendo fuera de sí mismo. La agitación interna determina la experiencia humana del tiempo, porque, de acuerdo con una bella apreciación de san Agustín, «medimos el tiempo en el alma.
Siguiendo la intuición agustiniana, el ser humano posee un «instrumento interior» para medir el tiempo. Se estable un paralelismo entre «agitación», «desasosiego», «intranquilidad» (Unruhe en alemán)
y el reloj (Uhr en alemán), de tal manera que la Unruhe del hombre
mantiene y regula el Uhr de sus percepciones sensibles y de su conocimiento del tiempo.
Tú mismo creas el tiempo. Los sentidos son su reloj. Si detienes las inquietudes, el tiempo ya no existe, esto lo saben bien los budistas. Con frecuencia, una pequeñez cualquiera, un acontecimiento intrascendente
es suficiente para desactivar la Unruhe y el Uhr del hombre.
Entonces, se viene abajo el obstáculo, se hunde la pared que existía entre
el hombre y la eternidad: El tiempo -es-como la eternidad, y la eternidad como el tiempo, A no ser que tú hagas una distinción entre ellos.
Puedes decir: trasládate del tiempo a la eternidad. Pero ¿hay alguna diferencia entre eternidad y tiempo?. Se puede vislumbrar algo del alcance de la eternidad, como si todo fuera exactamente igual e indiferente: No sé lo que he de hacer. Todo me parece igual: Lugar, no-lugar, tiempo, noche, día, alegría y dolor.
Puede parecer que la eternidad se opone al tiempo y que el ahora mismo es la única fórmula apta para expresar alguna cosa de la divinidad. Ninguna mota de polvo es tan humilde, ningún puntito es tan pequeño
que el sabio no vea en ellos a Dios en su gloria.
La mota de polvo, el árbol, la rosa y, en general, todos los artefactos de la emblemática adquieren una significación mística porque son percibidos realmente como lo que son sin que sirvan de punto de partida del extravío o la desorientación en las oscuras callejuelas de la banalidad y la insignificancia. Para evitar la tentación panteísta, concebimos el florecimiento de la rosa en Dios como un florecimiento que ha de comprenderse idealizado.
Sin embargo, no hay duda de que esta rosa que ahora florece y el ojo que la contempla también florecen en Dios de manera perfecta y sin posibilidad de marchitarse: La rosa que ahora ve tu ojo exterior Ha florecido en Dios desde la eternidad.
El instante es el nexo que une tiempo y eternidad. Es el trampolín que permite dar el salto hacia la eternidad, de tal manera que este tiempo no es una mera y mecánica sucesión temporal que, finalmente, se diluiría en la nada, sino que propiamente se encuentra investido y habitado por la «vida infinita», y remite a ella: el Hijo de Dios ha existido eternamente, Pero sólo hoy su Madre le ha dado a luz.
Con enorme simplicidad, observamos que para conocer a Dios es imprescindible hacerse semejante a ÉL De otro modo, Dios continúa siendo el gran desconocido y ausente a pesar de que se le puedan aplicar
todo tipo de atributos y denominaciones: Lo que es Dios no se sabe. No es luz, ni espíritu, ni éxtasis, ni el Uno, ni lo que se llama divinidad, ni sabiduría, ni intelecto, ni amor, voluntad, bondad, Ni tampoco cosa, ni no-cosa, no es ser o afecto.
El mundo no es Dios, pero, por el otro, es un libro abierto de las maravillas de Dios que ofrece algunas señales y huellas que pueden remitir al Creador. Esta actitud ante el mundo tiene como consecuencia que, en un mismo movimiento, se le ha de abandonar y amar. Por eso puede afirmarse que, el mundo está divinizado porque ofrece, seguramente por con-naturalidad, la posibilidad de llegar a Dios. Llegar a Dios a través del mundo, superando el mundo.
El mundo sólo puede ser apreciado correctamente a partir de su fundamento en el ser divino, lo cual implica siempre una cierta negación del mismo.