Las pequeñas cosas – Enseñanza de Yamir

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A veces, las cosas más simples pesan como enormes piedras que vamos colocándonos encima. Una sobre otra, desafiando la ley de la gravedad en un equilibrio perfecto sobre nuestras espaldas; siendo éste un equilibrio incierto, porque sin conocer el número exacto de piedras, notamos la carga. Cada vez más grande. Cada vez más pesada.
Yamir me envía un correo desde Calcuta. Comparte conmigo una reflexión sobre las pequeñas pero valiosas cosas que entretejen el tapiz de nuestras vidas.
 
Desde la sabiduría budista, nos hace llegar esta enseñanza, que quizá ya hemos oído en otros textos, en otros formatos, pero que nunca está de mas recordar.
 
A veces, las cosas más simples pesan como enormes piedras que vamos colocándonos encima.
 
Una sobre otra, desafiando la ley de la gravedad en un equilibrio perfecto sobre nuestras espaldas; siendo éste un equilibrio incierto, porque sin conocer el número exacto de piedras, notamos la carga.
 
Cada vez más grande. Cada vez más pesada.
 
Jornadas de trabajo eternas, relaciones familiares incompletas e insatisfactorias, facturas, cuentas, papeles, problemas.
 
Un desconocido que grita en el coche de al lado, un dependiente que no tenía un buen día, vecinos que tiran colillas al patio, días grises, una multa de tráfico, atascos, tener mal despertar.
 
Manchas en las paredes, goteras en la cocina, puertas que chirrían y ropa que colocar.
 
Una contractura en la espalda, un orzuelo en el ojo, otra pesadilla.
La incomprensión de tu yo interior de las necesidades que, en realidad, necesitas cubrir.
 
 
Deberíamos empezar a soltar lastre.
 
Ir dejando poco a poco cada una de las piedras a un lado del camino.
Con cuidado de que no molesten; donde nadie las tenga que cargar para facilitar nuestro recorrido por el mundo.
 
Deberíamos relativizar y priorizar.
 
Dejar de agobiarnos por todo sin resolver nada.
 
Empecemos con las pequeñas piedras para vaciarnos de inútiles pensamientos y agobios cotidianos que no nos dejan ver la belleza a nuestro alrededor …
 
Una vez vacíos de ello, quizás empecemos a valorar más la familia que tenemos, la suerte de tener un trabajo con el que pagar unas facturas por las que se nos proporciona luz, techo y calor.
 
Puede que aprendamos a sonreírle al del coche de al lado, que esa sea la primera sonrisa con la que se cruce en su día gris y a su vez él le sonría al dependiente que tratará mejor a tu vecina y dejará de ensuciar con colillas tu patio. Ser amable no cuesta nada y el principal beneficiario de nuestra amabilidad y buena disposición somos nosotros mismos.
 
 
Que aprovechemos el tiempo de los atascos para escuchar completo nuestra música preferida.
 
Que comprendamos que una mano de pintura y tres en uno en las puertas, puede hacer milagros en el dormir y en el despertar.
 
Es posible que así, nuestro cuerpo deje de mandarnos señales de socorro.
Es posible que con pequeños cambios consigamos cambiar el mundo, nuestro mundo.
 
Y de paso puede que el de alguien más.

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